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La renovación de las izquierdas en Colombia: ¿una cuestión de jóvenes?

Left wing renewal in Colombia: a youth matter?

Nicolás J.C. Aguilar-Forero
Universidad de Manizales, Colombia

La renovación de las izquierdas en Colombia: ¿una cuestión de jóvenes?

Universitas, Revista de Ciencias Sociales y Humanas, núm. 24, 2016

Universidad Politécnica Salesiana

Recepción: 18 Marzo 2016

Aprobación: 25 Mayo 2016

Resumen: En el presente artículo de reflexión se retoman los planteamientos de Mauricio Lazzarato en torno a la lógica de la diferencia y la política del acontecimiento para destacar su importancia en el camino hacia la renovación de las izquierdas en Colombia. De igual forma, se argumenta que los procesos de renovación de las izquierdas en este país en lugar de orientarse hacia la búsqueda de la unidad y el éxito en la política electoral, pueden nutrirse de las experiencias de acción colectiva juvenil que desde el año 2011 han desplegado formas de organización y relacionamiento alternativas, en donde la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común han desempeñado un rol crucial.

Palabras clave: Renovación de las izquierdas, lógica de la diferencia, política del acontecimiento, acción colectiva juvenil.

Abstract: In this reflection article, Mauricio Lazzarato’s approaches concerning the logics of difference and politics of the event are recaptured, in order to emphasize its importance towards the left renewal in Colombia. It is argued that instead of pointing towards a search of unity and political electoral success in the process of left wing’s renewal in this country, it can be nourished with youth collective action experiences, that since 2011 have deployed alternative forms of organization and relationships in which communication, trust, collaboration and construction of the common have fulfilled a crucial role.

Keywords: Left wing renewal, logics of difference, politics of the event, youth collective action .

Forma sugerida de citar

Aguilar-Forero, Nicolás J.C. (2016). La renovación de las izquierdas en Colombia: ¿una cuestión de jóvenes? Univeristas, XIV(1), pp. 143-171.

Introducción

La historia de la izquierda en Colombia ha estado atravesada por múltiples violencias en las que las desapariciones, las persecuciones, la coacciones y las ausencias forzadas producto de la represión política, han truncado los anhelos y esfuerzos de amplios sectores para que ésta llegue al poder. Al mismo tiempo, dicha historia ha estado signada por numerosas contradicciones, disputas internas y divisiones que en cierta medida explican hoy la abigarrada configuración de esta izquierda poliforme y multicolor.

En la actualidad, la izquierda en Colombia se expresa en una amalgama de fuerzas y fracciones que agrupan, entre otros, a movimientos sociales con base campesina e indígena como Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos, a movimientos políticos como la Unión Patriótica que retornó a la vida pública luego de décadas de persecución y exterminio, a diversos sectores sindicales, académicos y estudiantiles, y a la izquierda político-electoral representada por el Polo Democrático Alternativo –confluencia de distintos sectores con cierto protagonismo del Movimiento Obrero, Independiente y Revolucionario (MOIR) y de su senador Jorge Robledo–, por los Progresistas liderados por el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, por un segmento del partido Alianza Verde y por grupos de base comunitaria como MAIS –Movimiento Alternativo Indígena y Social–.

Dicha diversidad se enfrenta a grandes retos y avizora importantes oportunidades dado el nuevo panorama político que se presenta en el año 2016. Por un lado, cerca de firmarse los acuerdos de paz entre el gobierno nacional y las FARC-EP, la inminente dejación de las armas y la reincorporación a la vida civil y democrática de este grupo insurgente transformado en movimiento político, constituye un factor que modificará de facto las relaciones de fuerza tanto hacia adentro como hacia fuera de los sectores de izquierda en este país. Paralelamente, luego de tres alcaldías alternativas y progresistas ligadas a las culturas políticas de izquierdas, el segundo cargo de elección popular más importante del país, la Alcaldía de Bogotá, dio un viraje hacia la derecha con la elección de Enrique Peñaloza, cuyas decisiones en sus primeros días de gobierno generaron importantes controversias[2].

Con la pérdida de la Alcaldía de Bogotá y en general con unos resultados electorales adversos en las elecciones populares de alcaldes y gobernadores en octubre de 2015, las preguntas, reproches y “golpes de pecho” al interior de las izquierdas no se hicieron esperar. En este marco, y entre las reflexiones y propuestas, hay una hipótesis que se suele destacar: la razón por la cual la izquierda no ha podido tener un poder político mayor y llegar, por ejemplo, a la presidencia de Colombia, está ligada no solo a la histórica violencia política contra sus militantes[3] y a la manipulación mediática, sino también a sus contradicciones internas, sus fragmentaciones frecuentes y sus imposibilidades de unidad.

Dicho enunciado se ha acompañado de una autocrítica que se traduce en iniciativas orientadas a sentar las bases para que se geste, de cara a las elecciones presidenciales del 2018, la siempre anhelada unidad que se espera lleve a la izquierda a ser alternativa de poder en Colombia. Algunos plantean que “las FARC y el ELN, de manera conjunta que sería lo deseable, o por separado, van a crear un movimiento político que se va a convertir en un verdadero factor de agrupación de la mayoría de la izquierda política” (Vargas, 2016). Otros se inclinan por la renovación del programa político de cambio y por reconsiderar el espacio electoral como lugar no privilegiado pero sí estratégico para la transformación social, de la mano de los movimientos sociales (Mantilla, 2015). Otros más reivindican la importancia de la reflexión desde la militancia de izquierda con el fin de aprovechar las oportunidades del contexto, conquistar sectores sociales más amplios y construir estrategias en torno a ideas con fuerza que articulen y permitan gestar un nuevo modelo de gobierno y de poder político y social (Antequera, 2015).

Con esta base, en este artículo de reflexión se defiende una tesis alternativa: en lugar de la búsqueda de la unidad y del éxito en la política electoral, la renovación de las izquierdas en Colombia puede pasar por una lógica de la diferencia y por una política del acontecimiento ligada a cuatro pilares denominados, para efectos de este artículo, como las cuatro Co: comunicación, confianza, colaboración y construcción de lo común. Promover dicha política ligada a los pilares mencionados es una cuestión en la que los jóvenes tienen mucho por aportar, retomando las experiencias recientes de inconformismo global y de acción colectiva juvenil. Por ello, en la primera parte del texto se hace una reflexión de corte teórico sobre las sociedades de control y el contexto global y regional en el que emerge la política del acontecimiento. En un segundo momento se desarrollan los planteamientos de Mauricio Lazzarato relacionados con la lógica de la diferencia y la filosofía del acontecimiento, haciendo referencia a algunas experiencias de acción colectiva juvenil que se hicieron presentes en el año 2011. Por último, en la tercera sección, se explican las contribuciones de las cuatro Co a la renovación de las izquierdas en Colombia.

Contexto global y regional en el que emerge la acción política del acontecimiento

El contexto global regido por la economía capitalista neoliberal se caracteriza por nuevas formas de ejercicio de poder sobre la vida, que varios pensadores sitúan como el resultado del tránsito de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control. Dicho tránsito expresa el pasaje de la imposición de conductas y el sometimiento de los cuerpos a través de técnicas disciplinarias puestas en marcha en diferentes “encierros” (fábrica, escuela, hospital, etc.), a la diversificación de nuevas tecnologías de control que no actúan sólo sobre los cuerpos sino sobre la intimidad, los afectos y los deseos. En las sociedades disciplinarias, como precisa el sociólogo y filósofo franco-italiano Mauricio Lazzarato (2006a, 2006b) a partir de su lectura de Foucault, mientras que las técnicas de encierro o disciplinarias reparten la multiplicidad en el espacio (cuadriculan, encierran, ponen en serie) y la ordenan en el tiempo (programando sus actos en tiempos concretos) para transformar los cuerpos y extraer de éstos efectos útiles y la máxima productividad de sus fuerzas; las técnicas biopolíticas se ejercen como gestión de la vida de una multiplicidad numerosa o masa global investida por procesos específicos y biológicos como el nacimiento, la muerte o la enfermedad.

Si bien no son sólo represivas sino productivas ya que producen cuerpos, enunciados, subjetividades; tanto las técnicas disciplinarias como las biopolíticas se ejercen sobre la multiplicidad, para neutralizar su potencia de invención, de variación, de imprevisibilidad, e imponer una lógica de reproducción que bloquea el devenir y la diferencia. Sin embargo, en el mundo actual la multiplicidad y la potencia de la proliferación de la diferencia ya no se logran contener ni con las técnicas del encierro ni con aquellas de gestión de la población. La manera de actuar sobre las subjetividades contemporáneas ya no puede ser (solamente) disciplinándolas en espacios cerrados sino modulándolas en espacios abiertos en los que el control se sobrepone a la disciplina. En este marco se desarrollan nuevas relaciones de poder, nuevas instituciones y nuevas técnicas de control materializadas en lo que Lazzarato (2006a) denomina tecnologías de acción a distancia, que en el vocabulario dominante y global se conocen como tecnologías de información y comunicación.

Las técnicas de sometimiento de las sociedades de control que no reemplazan a las de las sociedades disciplinarias sino que se superponen a ellas haciéndose cada vez más invasivas e indispensables para la acumulación capitalista, se ejercen sobre la vida pero en un sentido diferente a como lo hacen las técnicas disciplinarias y las biopolíticas. En las sociedades de control el poder no se ejerce sólo sobre la actualidad del ser sino sobre su virtualidad, sobre la vida pero en tanto potencia virtual, pues ya no se trata solamente de controlar los cuerpos, con técnicas disciplinarias, o las poblaciones y la vida biológica, con técnicas biopolíticas, sino de modular a los públicos, o en otras palabras, de gestionar su memoria, intelecto, afectos y deseos, para lo cual se requiere de otro tipo de técnicas denominadas noopolíticas[4]:

Existe entonces un moldeado de los cuerpos, asegurado por las disciplinas (prisiones, escuela, fábrica, etcétera), la gestión de la vida organizada por el biopoder (Estado de Bienestar, políticas de la salud, etcétera), y la modulación de la memoria y de sus potencias virtuales regulada por la noopolítica (redes hertzianas, audiovisuales, telemáticas y constitución de la opinión pública, de la percepción y de la inteligencia colectivas). (…) El conjunto de estos dispositivos, y no sólo el último, constituye la sociedad de control (Lazzarato, 2006a, p. 93).

Tales dispositivos de control operan en un entorno global en el que el hecho de aumentar la potencia de las fuerzas y la productividad de los cuerpos, deviene secundario frente a la importancia que toma para el sistema económico la creación de mundos y subjetividades incluidas en ellos. Incluso el cuerpo que se vuelve paradigmático en las sociedades actuales ya no es el “cuerpo mudo forjado por las disciplinas, sino los cuerpos y las almas marcadas por los signos, las palabras y las imágenes” (Lazzarato, 2003, p. 5). De manera que, como señala Lazzarato, el capitalismo opera no sólo como un modo de producción sino como una producción de modos y de mundos en la que “la creación y realización de lo sensible (deseos, creencias, inteligencias, etc.) preceden a la construcción económica” (Lazzarato, 2006a, p. 101). En este marco, es a través de los medios, la publicidad y el marketing como se producen mundos posibles, como se produce primero un público y luego mercancías deseables para dicho público. Consumir hoy en día no es comprar un servicio o producto sino asimilar un mundo, una forma de pensar, de vivir, de ser. Se trata:

…no de una evaluación ideológica sino de una incitación, una solicitud para adoptar una forma de vida, es decir, adoptar una manera de vestirse, una manera de tener un cuerpo, una manera de comer, una manera de comunicar, una manera de habitar, una manera de desplazarse, una manera de tener un género, una manera de hablar, etcétera (Lazzarato, 2006a, p. 102).

Estos mundos o mundo de la mayoría cierran posibilidades a la singularidad y vacían la multiplicidad de su potencia al impedir que se participe en la construcción de otros universos, y al reducir la libertad a la opción de elegir pero entre alternativas ya establecidas y prefabricadas. No obstante, aunque para Lazzarato los mundos de los medios, la publicidad y el marketing son cerrados, totalitarios y borran o excluyen la posibilidad de otros mundos ya existentes o que podrían existir, la política del acontecimiento puede surgir en este panorama porque el capitalismo, aunque intente controlar la proliferación de otros mundos virtualmente posibles por medio de la modulación y las técnicas noopolíticas, nunca logra cerrarse sobre sí mismo y por el contrario deja abiertas opciones para lo incierto, lo imprevisible y lo posible.

De hecho, el contexto global ha mostrado las fisuras del capitalismo en tanto “máquina social productora de deseo y de colonialidades” (Grosfoguel, 2009, p. 239). En los países del norte y en especial en Europa, como se señala en el manifiesto del DiEM25 (2016)[5], la crisis que desde el 2008 se ha venido profundizando ha estado asociada a la problemática bancaria y de deuda, a las inversiones inadecuadas, a la desigualdad sin precedentes, al impulso permanente a mercantilizar el trabajo y la vida social, y a la austeridad competitiva que ha llevado y llevará a los países más débiles a un estado de recesión constante. Lo anterior se ha visto acompañado por el resurgir del nacionalismo, del extremismo, el racismo y la xenofobia que se esconde detrás de la necesidad de una política antiterrorista y exterior “coherente” asociada al restablecimiento de fronteras, y por la actitud displicente de la mayoría de los Estados al momento de involucrarse en la solución del problema de los refugiados, que responde al colonialismo histórico y a las contradicciones y fisuras del modelo capitalista.

En América Latina, el panorama económico y político resulta igualmente complejo: luego de la expansión en el continente de gobiernos progresistas promotores de democracias igualitarias y participativas, el giro hacia la derecha en la Argentina, la inestabilidad política y económica en Venezuela, el proceso de moderación en Uruguay, las contradicciones del gobierno boliviano y ecuatoriano, y los problemas de gobierno de Dilma Rousseff en Brasil (Mantilla, 2015) que derivaron en su separación del cargo en mayo de 2016, ponen en cuestión, por una parte, la continuidad de políticas públicas orientadas a reducir la pobreza y la desigualdad, y de manera más amplia, la construcción de un bloque histórico regional que pueda hacer resistencia a la globalización neoliberal. De manera que se viene tejiendo “una extraña paradoja: mientras el neoliberalismo muestra señales de decadencia, los principales referentes alternativos parecen agotados o con problemas para derrotar las lógicas del capital” (Mantilla, 2015, párr. 19).

Sin embargo, pese a las dificultades y las contradicciones diarias al interior de las posturas disidentes a la “hidra capitalista”, como bien señala Grosfoguel (2009), hoy éstas son más vigentes y más necesarias que nunca. No obstante, en la actualidad no se trata de celebrar la caída de una hegemonía que aún no acaba de desplomarse y resulta imperioso que tales posturas disidentes condensadas en buena medida en las izquierdas o sectores progresistas, imaginen otros mundos posibles más allá tanto del capitalismo neoliberal globalizado como del “capitalismo de Estado disfrazado de socialismo” (p. 240).

Los recientes acontecimientos en América Latina y en el resto del mundo parecen demostrar que ya se está avanzando en dicha dirección. De hecho, frente a la concentración del poder político y económico, frente al extractivismo, la minería a gran escala, la deforestación, los megaproyectos hidroeléctricos, los cultivos agroindustriales extensivos y en general la “acumulación por desposesión” (Harvey, 2004) propia de la economía neoliberal que agrava la problemática energética, económica y ambiental, amplios sectores sociales han expresado su inconformismo. En efecto, a lo largo y ancho del mundo hemos visto estallidos de acción colectiva juvenil que se han tomado las plazas, las calles, las universidades, colegios y el ciberespacio.

Tales irrupciones, con momentos álgidos en periodos recientes como lo fue el año 2011 catalogado por Žižek (2013) como “el año que soñábamos peligrosamente” debido a las oleadas de protestas que sacudieron los espacios públicos de distintas ciudades, otorgaron visibilidad a diversos movimientos con protagonismo juvenil que se mostraron arrolladores: la primavera árabe, al movimiento Occupy Wall Street, “yo soy 132” en México, la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE) en Colombia y las movilizaciones estudiantiles de Chile que daban continuidad a la “revolución pingüina” de años anteriores, constituyen algunos ejemplos.

En estas revueltas varios elementos llamaron la atención: su carácter espontáneo y festivo, las prácticas creativas de autogestión, autoorganización y toma de decisiones, los liderazgos difusos, la acción táctica y posicional más que estratégica y programática. Tales revueltas y protestas estuvieron mediadas por lo que Mauricio Lazzarato (2006a) denomina como una lógica de la diferencia y una política del acontecimiento en las que la comunicación, la colaboración, la confianza y la construcción de lo común desempeñaron un rol crucial. Por ello, a continuación se exponen algunos de sus a postulados en diálogo con ciertas referencias a las irrupciones juveniles de los años recientes.

Lógica de la diferencia y filosofía del acontecimiento

Para comprender los comportamientos políticos de los movimientos contemporáneos, Mauricio Lazzarato, influido por el pensamiento de Foucault, Deleuze, Guattari y Tarde, recurre a lo que designa como una teoría del acontecimiento y la multiplicidad, que sustenta tomando como base la neo-monadología de Gabriel Tarde. Para Tarde, quien retoma y complementa la monadología de Leibnitz, las mónadas[6] no remiten a sustancias ni se encuentran cerradas y sin posibilidades de afectación mutua. Por el contrario, actúan unas sobre otras y expresan una relación simultánea entre multiplicidad y singularidad que en términos sociológicos, como lo señala Lazzarato, quiere decir que “lo social está incluido, virtualmente, en el individuo, pero se expresa desde un punto de vista particular, singular” (Lazzarato, s.f., p. 2).

De igual forma, otra característica de las mónadas tardeanas es que éstas no constituyen solamente un mundo actual sino un mundo virtual, es decir, abren la posibilidad de creación y efectuación de mundos desde la lógica del acontecimiento y la espontaneidad. Esta concepción favorece el pensar un ser y una actividad que no esté definida de antemano, con lo cual se posibilita controvertir la percepción de las teorías liberales en las que se asume per se a los individuos como constituidos, libres y autónomos; y aquella de las teorías socialistas clásicas que suponen de antemano a un colectivo cuya existencia parece desarticulada de las individualidades que lo han producido.

Asimismo, la interpretación de las mónadas tardeanas por Lazzarato desde su filosofía del acontecimiento, apuesta por ir más allá de la forma liberal de percibir los sujetos (develando la crisis del concepto de individuo y de las teorías liberales) y de la manera socialista clásica de asumir a los colectivos (develando la crisis del concepto de clase y de ciertas teorías socialistas ortodoxas). La filosofía del acontecimiento plantea la posibilidad de muchos mundos posibles y de procesos impredecibles, flexibles, abiertos, fluidos, múltiples, conflictivos y creativos en los que las individualidades y los colectivos emergen y no se asumen de antemano como sujetos que preexisten a la acción política:

La ontología de Tarde es radicalmente diferente a la filosofía del sujeto. Para ésta y para las teorías que ella refiere, no hay más que un mundo posible, construido por el sujeto. Las filosofías del sujeto (o del trabajo) son teorías de la identidad, dado que implican un solo mundo posible (…). La neo-monadología nos ofrece un mundo bizarro, poblado por una multiplicidad de singularidades, pero también por una multiplicidad de mundos posibles. Nuestra actualidad asiste al tornar de esos mundos diferentes que quieren realizarse al mismo tiempo. Esto implica otra idea de la política, de la economía, de la vida y del conflicto (Lazzarato, s.f., p. 2).

Se trata de un cambio que según Lazzarato (2006a) rompe con la tradición política occidental atada a la lógica de las instituciones y a la estrechez de un único mundo posible. Aboga por dar paso, por el contrario, a la creación y realización de una multiplicidad de mundos y de posibilidades que no tienden a la unidad y a la totalidad sino a la heterogeneidad del “estar juntos” y del actuar con otros. En este marco Lazzarato (2006a) habla de dos planos incompatibles aunque no contradictorios: de un lado el de la visión totalizadora característica de la lógica de las instituciones, los partidos políticos o el movimiento obrero centrados en el “rechazo”, la oposición, el estar “en contra de” o el “nosotros contra ellos”. De otro lado, una lógica de afirmación de la diferencia, que posiciona un común imposible de totalizar, un estar juntos que nunca se funde en un todo pacífico, una potencia latente en la multiplicidad que no logra reducirse al rechazo y que crece en la creatividad.

Estos dos planos, sin embargo, no son sucesivos ni excluyentes sino que conviven en el accionar de los movimientos y las singularidades, las cuales pueden transitar de un plano al otro en el marco de procesos emancipatorios y democráticos atravesados por el disenso y la experimentación. De hecho, Lazzarato (2006a) propone la emancipación como un proceso de subjetivación y conflicto en el que se juegan dinámicas de “des-identificación y des-clasificación”, y en el que lo político resulta ser la constitución de un lugar común en el que tiene espacio el disenso y la división, mucho más que la uniformidad o el establecimiento de consensos totalizadores.

Con esta base, se puede afirmar que la renovación de las izquierdas en Colombia podría nutrirse de dicha reflexión y en particular de una lógica de la diferencia y una filosofía del acontecimiento que permitan superar las ansiedades por alcanzar la unidad, que como señala Suárez (2016) se ha vuelto el “refugio” o “tabla de salvación” a la que se ha apelado cada vez que se sufre una derrota electoral: “Cada vez que la izquierda sufre una nueva derrota, de manera automática saca del cuarto de San Alejo la bandera de la unidad como el ábrete sésamo que resolverá todos sus males y le devolverá el esquivo respaldo ciudadano” (párr. 1).

Si bien tiene razón Suárez (2016) al señalar que en lugar de unidad la izquierda necesita renovación, puede estar equivocado al defender que dicha renovación debe orientarse ante todo a las propuestas socioeconómicas y a las agendas temáticas. Pese a que una revisión de los contenidos y las apuestas debe hacerse permanentemente, dicha renovación debe abogar por repensar las tácticas y estrategias, las prácticas comunicativas y los modos de ser y estar en los mundos políticos y sociales. En este sentido, en dicha renovación resulta crucial aprovechar las energías de los conflictos y las diferencias, para canalizarlas en iniciativas de cambio que en el marco de ciertas oportunidades estratégicas del contexto, puedan desestabilizar las redes dominantes de poder político y de incidencia sociocultural.

Mucho más que la fusión, la armonía, el consenso o la unidad, la renovación de las izquierdas en Colombia, aunque vale la pena también pensarlo a nivel regional y global, puede partir de una lógica de potenciación de las diferencias, de articulación de las heterogeneidades y de aprovechamiento del acontecimiento, que permitan seguir agrietando los modelos hegemónicos de vida económica, política y social. Por supuesto, no se trata de sentenciar la imposibilidad de la unidad y mucho menos de asumir que ésta sea equivalente a la uniformidad o a la homogeneidad total. Pero sí se trata de reconocer las limitaciones y el agotamiento de este discurso, así como lo estrecho que puede llegar a ser el asumir la unidad como “tabla de salvación” o como condición de posibilidad de futuros cambios. Por el contrario, lo que hemos visto en años recientes en las manifestaciones alrededor del mundo que han gozado de un destacado liderazgo juvenil, es que es posible generar importantes intervenciones, rupturas e incluso cambios concretos sin que estos pasen por una unidad previamente acordada o por un actor colectivo claramente definido de antemano.

Por ejemplo, en el movimiento #Occupy Wall Street que inició en septiembre de 2011 como una expresión más de las irrupciones que proliferaron dicho año, se manifestó aquella lógica de la diferencia y filosofía del acontecimiento de donde se pueden extraer aprendizajes relevantes para los procesos de renovación de las izquierdas a nivel nacional y regional. En efecto, luego de la convocatoria de la revista AdBusters que instó a ocupar Wall Street y de la difusión de diversos videos y mensajes atribuidos al hack-tivismo del colectivo Anonymous que complementó el llamado, dos millones de personas se movilizaron en Wall Street y alrededor de doscientas acamparon durante varias noches y semanas en Zuccotti Park en el centro de Manhattan.

Además del uso generalizado de nuevas tecnologías y plataformas como Twitter, YouTube y Facebook para convocar y circular contenidos, tal ocupación se caracterizó por una composición social diversa con presencia de comunidad LGBTI, de activistas latinos, africanos y asiáticos, de colectivos de diferentes tendencias políticas (anarquistas, socialistas, anticapitalistas, demócratas de izquierda y moderados, entre otros) y de numerosas personas que antes de dicho acontecimiento no habían sido políticamente activas pero que se identificaron, pese a sus diferencias, como pertenecientes al 99% de la población influenciada y sometida por el 1% simbólicamente representado en Wall Street (Juris, 2012). En este caso, más que una lógica de la unidad, de la identidad o del sujeto, se expresó una lógica de la multiplicidad, de las diferencias, de las identificaciones emergentes y de la articulación de heterogeneidades, que ejemplifica bien buena parte de los planteamientos de Lazzarato.

Ahora bien, sin querer diluir las especificidades de los acontecimientos, cabe destacar que tanto en la Primavera Árabe en Túnez o Egipto como en el 15M en España y en los movimientos estudiantiles de América Latina, durante el año 2011 y en sucesivos ciclos de protesta también se manifestaron formas alternativas de acción política juvenil. Dicha acción ha sido tácticamente diversa, estratégicamente flexible y ha permitido articular demandas en torno a objetivos puntuales compartidos que no han pasado precisamente por programas políticos a largo plazo ni por las pulsiones de unidad y mucho menos de uniformidad.

En Colombia, por ejemplo, en el año 2011 la Mesa Amplia Nacional Estudiantil –MANE– congregó a los más diversos sectores estudiantiles, tanto de instituciones públicas como privadas, junto con múltiples organizaciones sociales, padres y madres de familia, docentes y diferentes personas que sin tener necesariamente trayectorias previas en movimientos sociales y políticos lograron hacer caer una propuesta gubernamental de reforma educativa que profundizaba la privatización de la educación, a través de movilizaciones masivas acompañadas de altas cargas de creatividad y ciberactivismo. Dicha acción colectiva juvenil además de ser intergeneracional e interclasista, reflejó una política polimorfa y pluriespacial que ocupó las principales calles, las plazas centrales de varias ciudades, las universidades y las plataformas del ciberespacio en las que quedaron multiplicidad de registros que evitan que la acción se desvanezca o desaparezca con el tiempo.

En el año 2013 la MANE reapareció sumándose al Paro Nacional Agrario y Popular en el que nuevamente diversos sectores lograron poner “contra la pared” al Gobierno Nacional mediante movilizaciones masivas y tomas de espacios públicos que visibilizaron la situación del agro colombiano como resultado, entre otros, de la firma de tratados de libre comercio. En dicho paro la filosofía política del acontecimiento se hizo presente y permitió tejer redes de colaboración desde una lógica de la diferencia. Muchos jóvenes que participaron de las movilizaciones y que pudieron simultáneamente seguir a través de sus dispositivos móviles lo que pasaba en otras regiones del país afectadas por los abusos de poder del Escuadrón Móvil Antidisturbios –ESMAD–, se posicionaron en este momento no solo como estudiantes sino como “agrodescendientes” (Aguilar-Forero, 2015). Dicha situación generó vínculos emotivos y redes de afectividad y solidaridad con los campesinos, con el campo y con los territorios, que desbordó los sectarismos, los personalismos políticos y las diferencias radicales que al posicionarse como tal, conducen con tanta facilidad a fragmentaciones insuperables o a indiferencias.

Lo que se produjo allí fue un proceso de desidentificación y desconstrucción del sujeto-estudiante que abrió paso a un nuevo proceso de subjetivación colectiva y de creación de “identidades post-identitarias” que, justamente, trascendieron los límites modernos de aquella identidad autorreferencial, estable y sujeta a la lógica de la no contradicción. La consigna que circuló en redes sociales, “somos estudiantes pero también somos agrodescendientes”, expresó no una política de la igualdad en la que “todos somos lo mismo” (una misma identidad, un mismo partido político o una misma “clase” que fusiona las diferencias en un sujeto colectivo totalizador), sino una lógica de la multiplicidad y la diferencia en la que tuvo cabida la invención creativa de las identificaciones, así como la posibilidad del posicionarse de varias formas a la vez. En palabras de Lazzarato:

…el problema no es demostrar la igualdad sino demostrar la diferencia. Una demostración (negativa) de la diferencia en tanto que separación, división, rechazo de la política tradicional (tanto consensual como litigiosa) y una demostración (positiva) de la diferencia en tanto que virtual, creación y realización de mundos posibles (Lazzarato, s.f., p. 6).

Cabe enfatizar que la lógica de la diferencia, central en la filosofía del acontecimiento, no implica la ausencia de conflicto, de oposición o de lucha, sino su reconfiguración para beneficio de la acción colectiva. Dicha lógica de la diferencia no se traduce en “tolerancia” de las diferencias, pero tampoco en la construcción de antagonismos insalvables. Por el contrario, se trata de la posibilidad de construir y articular tramitando productivamente los disensos y abriendo las puertas a la cooperación, la experimentación y la solidaridad. La lógica de la diferencia y la filosofía del acontecimiento que para Lazzarato (2006a) constituyen la especificidad de los comportamientos políticos de los movimientos contemporáneos, aporta entonces a la búsqueda no de la unidad de las izquierdas sino de su renovación, atendiendo a la potencia de la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común que cada vez se hacen más visibles en las formas de vida y de acción política juvenil:

La diferencia actúa de modo distinto que la competencia de los egoísmos o la contradicción, que son los únicos principios evolutivos pensables a partir de la praxis y las teorías liberales. La diferencia despliega su potencia de creación y de constitución a través de la coproducción simpática, la confianza y la amistad, y no a través de la coordinación o la contradicción de los egoísmos (Lazzarato, 2006a, p. 128).

La política del acontecimiento y sus rasgos constitutivos

La política del acontecimiento, soportada en la lógica de la diferencia y en una filosofía que reivindica la multiplicidad y la gestión constructiva de los conflictos, se ha hecho presente en las movilizaciones recientes en distintos lugares del mundo, y ha sido agenciada especialmente por jóvenes desde cuatro principios que pueden aportar a la renovación de las izquierdas en Colombia: la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común. En esta sección se establece una relación entre tales pilares de la política del acontecimiento y algunas de las dinámicas que tuvieron lugar en el las manifestaciones del movimiento Occupy Wall Street y del 15M en España.

La comunicación basada en la coordinación a distancia y la convergencia

Con Lazzarato (2006a) se puede hablar de política del acontecimiento toda vez que haya un rechazo que abre el espacio para la experimentación y la creación de posibles. Se trata de una apertura a lo imprevisible y a lo impredecible, a nuevos comienzos y caminos por crear y por efectuar que se ponen en marcha, en el caso de los movimientos contemporáneos, por medio de prácticas alternativas de comunicación y coordinación. En efecto, la confrontación de lo intolerable se ha venido expresando a través de la invención de nuevas maneras de acción que trascienden las formas codificadas y convencionales de lucha (como la manifestación o la agrupación centralizada), y dan paso a coordinaciones en las que la articulación de flujos y redes, la movilidad, el uso de nuevas tecnologías y medios, el poder de agenciamiento y la innovación ocupan un lugar central como motores de lucha.

Más que acciones colectivas que desde la óptica de Lazzarato[7] a veces pueden remitir a la idea de un sujeto/todo colectivo que preexiste y realiza la acción, la comunicación basada en la coordinación a distancia se traduce en acciones políticas distributivas y reticulares resultado de una multiplicidad de singularidades que integran a su vez pluralidad de iniciativas, de lugares de discusión y elaboración, de oficios y profesiones, de vínculos de amistad, afinidad y solidaridad; en suma, de convergencias que se hacen y se deshacen con velocidades aceleradas y bajo finalidades diversas. Si bien la política del acontecimiento y de la comunicación basada en la coordinación a distancia puede repetir procedimientos de la política tradicional, su especificidad radica en la habilidad de inventar nuevas formas de encuentro y agenciamiento de las singularidades que configuran alternativas del “ser conjunto” y del “estar en contra”.

Entre éstas, las nuevas formas de articulación tienden a no ser verticales ni jerárquicas como los partidos o sindicatos, sino reticulares y distributivas, dando la opción de incorporar métodos de toma de decisión, de coexistencia y de agencia más flexibles, abiertos y horizontales. Estos rasgos dan cabida a la imprevisibilidad y al devenir, a la vez que posibilitan ir más allá de un plan ideal, de un propósito totalizante y a largo plazo o de una línea política que concibe lo posible como una imagen dada de antemano. De hecho, para Lazzarato (2003) el drama político en la actualidad tiene que ver con “perderse el acontecimiento porque las preguntas ya tenían sus respuestas hechas” (p. 2).

De allí la naturaleza espontánea y para los críticos “dispersa y efímera” de las movilizaciones contemporáneas. Es común escuchar señalamientos desde distintos sectores acerca de la falta de continuidad de ciertas movilizaciones masivas, de la ausencia de liderazgos y propuestas concretas o de su carácter netamente festivo y cultural, en tono peyorativo, más que político y radical. Sin embargo, es propio de las recientes formas de acción política juvenil que su destino y horizonte no se pueda predecir. Como se ha visto, los caminos pueden ser múltiples: lograr conquistas puntuales como la MANE en Colombia y entrar en periodos de letargo para reaparecer ante ciertas coyunturas; lograr canalizar las energías disruptivas en votos y elección de activistas en cargos públicos relevantes desde donde se puedan promover cambios estructurales (como en Chile con la elección de Camila Vallejo y otros dirigentes estudiantiles como diputados); o incluso ser cooptados por las nuevas derechas y en el afán de combatir el sistema “contribuir a una mejora de su funcionamiento” (Žižek, 2013, p. 9).

Pese a ello, las disrupciones juveniles desde el año 2011 han mostrado una particularidad relacionada con la comunicación basada en la coordinación a distancia, que Juris (2012) ayuda a comprender. Mientras que en los movimientos de justicia global de los años 90 e inicios del 2000 las listas de correo electrónico y las páginas web desempeñaron un rol crucial al permitir generar lógicas distributivas de creación de redes, de comunicación y de coordinación descentralizada entre diversos actores colectivos, en los movimientos que denomina #ocuppy elsewhere que surgen desde el 2011, las redes sociales como Twitter y Facebook contribuyeron a crear lógicas de convergencia, que si bien coexisten con las de la creación de redes de los movimientos de justicia social, se caracterizan por involucrar la congragación de individuos con distintas posiciones y trayectorias sociales y políticas en espacios físicos.

Como es bien sabido un aspecto en común entre la primavera árabe, el 15M en España, el movimiento Occupy Wall Street y los movimientos estudiantiles en América Latina tuvo que ver con la toma de las plazas y espacios públicos, seguida de la represión violenta de las mismas por parte de la fuerza pública. Ante tales desalojos y arbitrariedades, la respuesta de los jóvenes no se hizo esperar y proliferaron por las redes contenidos textuales, visuales y audiovisuales de denuncia, que luego se tradujeron en congragaciones cada vez más masivas. Por ejemplo, cuando los hijos e hijas de las clases medias urbanas en España empezaron a sufrir los problemas tradicionalmente asociados a las condiciones de vida de las clases trabajadoras y decidieron, en mayo de 2011, salir a las calles para tomar las plazas (Feixa y Nofre, 2013), fueron desalojados violentamente por la policía. Ante esto, como explica Fernandez-Planells (2013) para el caso de la toma de la plaza de Cataluña en Barcelona, la respuesta fue inmediata:

Los teléfonos comenzaron a sonar en trabajos y universidades: llamadas y mensajes de texto (SMS) empezaron a distribuirse entre los jóvenes advirtiendo lo que sucedía en la plaza: “La policía está desalojando plaza Cataluña. Se necesita tu presencia, Pásalo!”. Las redes sociales comenzaron a hacerse eco de manera rápida y viral. Antes que ningún medio, antes incluso que la propia web de la acampada, los perfiles de la #acampadaBCN y de muchas personas anónimas distribuyeron el mensaje y las imágenes de lo sucedido. El efecto llamada fue inmediato. Esa misma tarde la plaza se llenó. La #acampadaBCN renació con más fuerza (p. 89).

El uso de nuevos medios y plataformas como Facebook, Twitter y YouTube fue central en tales acontecimientos y permitió penetrar en las fibras sociales de manera más profunda, generando resonancias más allá de los típicos círculos de activistas (Juris, 2012). De igual forma, dichas congregaciones que perduraron días e incluso meses, desataron formas de encuentro, de solidaridad, de organización, de protesta y de comunicación que transitaron entre los espacios físicos y virtuales, haciendo de éstos, escenarios interdependientes y mutuamente constituyentes.

No menos importante fue la comunicación para la toma de decisiones en asambleas masivas, que implicó el desarrollo de signos y formas de autorregulación y participación: expresar el desacuerdo con los brazos en alto y en cruz, mostrar aprobación con las manos arriba con las palmas abiertas, mostrar desagrado cuando alguien se extendía en un discurso moviendo los brazos de manera circular hacia delante, manifestar que no se escuchaba al orador moviendo los brazos hacia los lados o expresar el consenso con alguna propuesta aplaudiendo de manera silenciosa y moviendo las manos en alto (Fernandez-Planells, 2013). Tales formas de comunicación demuestran la manera como se hace posible la articulación de heterogeneidades y la toma de decisiones en medio de las diferencias, sin caer necesariamente en unanimismos o en pretensiones de homogenización o de jerarquía.

De hecho, otra de las características de la acción política de los movimientos contemporáneos con liderazgo juvenil es que no dependen de representantes visibles, sino de la expresión singular de cada uno de sus miembros que es igualmente valorada y legítima. Como explica Lazzarato (2006a) el militante en tales experiencias de acción política y acontecimiento sigue un principio de flexibilidad y movilidad constante, de manera que puede comprometerse y sustraerse a la vez, pertenecer y no pertenecer o ejercer al tiempo multiplicidad de pertenencias; adquirir centralidad momentánea y al instante escapar para que su acción sea efectiva y no se deje sedimentar por las identidades, protocolos o hábitos que codifican el espacio de la acción política convencional.

Se trata antes que nada de un militante experimentador que propone iniciativas, que abre horizontes posibles, que resignifica sus visiones y medios de acción, que entra y sale de la web, que se adapta a la situación concreta y que marca rupturas frente a lo estable y continuo:

El militante no es el que detenta la inteligencia del movimiento, que condensa sus fuerzas, que anticipa sus elecciones, que extrae su legitimidad de su capacidad para leer e interpretar las evoluciones del poder, sino que es, de manera más simple, el que introduce una discontinuidad en lo que existe. (…) Es un experimentador (Lazzarato, 2006a p. 205).

Así pues, el potencial disruptivo que tuvieron las revueltas del 2011 en gran parte radica en la manera como se llegó a amplios sectores sociales, no solo de izquierda, mediante otros lenguajes, otras formas organizativas, otras maneras de actuar y liderar, y otras prácticas comunicativas que se desplegaron desde distintos espacios (las calles, las plazas, los cuerpos, el ciberespacio) y se apoyaron en tecnologías digitales haciendo de la acción política una potencia de afectación, de interpelación y de entrada y salía de la web. En estos casos la comunicación no fue posterior a la acción colectiva sino constitutiva de la misma y necesaria para dinamizar su poder constituyente. Por ello, resulta fundamental que los procesos de renovación de las izquierdas se nutran de experiencias concretas y en particular de la enorme creatividad que se ha manifestado en las irrupciones de los últimos años que desde una significativa participación juvenil, han logrado hablarle a la sociedad en su conjunto y posicionar preocupaciones o demandas que seguramente, sin el apoyo de innovadoras prácticas comunicativas y nuevos lenguajes expresivos y organizativos, no hubieran tenido el mismo efecto.

La confianza, la colaboración y la construcción de lo común

En las movilizaciones y acampadas de los indignados en España, el movimiento #Occupy Wall Street o las revueltas estudiantiles de América Latina algunos aspectos llamaron la atención por renovar, de facto, la acción política. La horizontalidad, el trabajo colectivo, la autoorganización en comisiones y subcomisiones, el uso generalizado de herramientas comunicativas mediadas por tecnologías digitales, el trabajo en red local-global, las formas creativas de acción, el énfasis en el proceso y la experimentación, entre otros elementos, constituyen algunas de sus características. Pero sin duda, uno de los rasgos centrales fue la forma como en tales acontecimientos muchas singularidades espontáneas convergieron en torno a demandas puntuales y forjaron colectivos, que no antecedieron a la acción política misma, a través de los procesos de encuentro en espacios físicos que luego se complementaron y proyectaron en la web.

La acción política off-line/on-line, de ida y vuelta y de interacción en espacios intersticiales y experimentales, fue crucial para generar procesos de colaboración y vínculos afectivos basados en la confianza. De hecho, en algunas de las acampadas se crearon espacios educativos, librerías, carpas para asistencia médica o legal, espacios de meditación y trabajo, periódicos y medios propios y en general una estructura de organización caracterizada por diversas comisiones (de comunicación y prensa, de educación, de sanidad, de economía, de informática, de teatro, de dinamización de asambleas, de cocina, de contenidos, de medio ambiente, de infraestructura e incluso de convivencia) (Fernandez-Planells, 2013), que gestaron una forma particular de democracia directa, de colaboración y de construcción de lo común.

En este orden de ideas, se puede afirmar que aunque el capitalismo intente capturar la proliferación de los mundos posibles y se revele como una potencia de antiproducción y de destrucción de la confianza, la colaboración y la construcción de lo común, las modalidades de experimentación, de coordinación, cooperación y creación proliferan, como lo demuestran tales revueltas que han tenido lugar en los últimos años y que anuncian un nuevo sentido de lo político, que mucho puede aportar a la renovación de las izquierdas. Se trata de aquel sentido que trasciende la totalidad y la universalidad, lo homogeneidad y la uniformidad, los autorreferenciamientos y egoísmos, y da paso a una política de la multiplicidad y la confianza en la que el acontecimiento, como aquello que expresa que algo ha sido creado en el orden de lo posible (Lazzarato, 2006a), ocupa un lugar central.

Dicho sentido de lo político ligado a la “apertura de posibles” no parte de la ontología del sujeto que preexiste a la acción sino de la filosofía del acontecimiento, que acoge la importancia de un devenir siempre impredecible y mediado por las fuerzas creativas de los movimientos y las singularidades: por sus decisiones, expresiones y nuevos agenciamientos corporales y comunicativos. La imprevisibilidad y la incertidumbre son entonces constitutivas del acontecimiento, ya que éste por lo general escapa a objetivos preestablecidos, repuestas preparadas, cálculos, discursos y prácticas preconcebidas. El acontecimiento es un crear, un trasegar y un intervenir que trasciende las teorías y filosofías centradas en el sujeto y la identidad, así como a la tradición política occidental que “se constituyó como una política de la totalidad y de la universalidad” (Lazzarato, 2006b, p. 21).

De esta forma, los movimientos con protagonismo juvenil y las singularidades contemporáneas desaparecen del espacio político consensual y convencional y reaparecen en otras múltiples partes, demostrando que la despolitización, el individualismo o el repliegue en lo privado no son más que, como dice Lazzarato (s.f.) “un montón de idioteces que oímos a diario y que son regularmente desmentidas por la emergencia de luchas, de formas de resistencia y de creación” (p. 4). Las movilizaciones recientes tanto en Colombia como en diversos países de Latinoamérica y el mundo, y en particular las formas juveniles de hacer política, anuncian otras maneras de experimentar con la diferencia, con la agrupación y con la comunicación, que rompen con el discurso de la “unidad como necesidad” y de la política electoral como fin en sí mismo o como medio para alcanzar el cambio social.

Tales acciones políticas al ser miradas desde la óptica del acontecimiento, permiten confirmar ese doble devenir del que habla Lazzarato: la manera como en todo acontecimiento se crea un posible y al tiempo se anuncia su efectuación. La noción de acontecimiento, de hecho, hace pensar en la idea de “equilibrios inestables” o “confluencias parciales” que mediante la acción, abren la puerta a universos irrealizados pero realizables dadas las posibilidades de vida que el acontecimiento mismo produce e invita a realizar. En este sentido, nuestra reciente coyuntura global de movilizaciones masivas con una importante participación juvenil, constituye uno de los múltiples ejemplos útiles para ilustrar los planteamientos de Mauricio Lazzarato y para comprender aquella premisa cargada de espesor: “lo que los movimientos y las singularidades no quieren, es la idea de un sólo mundo” (Lazzarato, s.f., p. 5).

A propósito, es importante destacar que frente a los valores dominantes y frente a las formas de relación social promovidas por la economía capitalista, las experiencias de acción colectiva juvenil han respondido con otros principios y formas de relacionamiento, contrahegemónicas, que aportan a los procesos de renovación de las izquierdas. Como ha señalado Paolo Virno (2003), la economía capitalista neoliberal ha necesitado de la generalización de ciertos “vicios” que se pueden sintetizar en tres tonalidades emotivas productoras de los modos de ser, pensar y sentir en el mundo contemporáneo: el oportunismo, el cinismo y el miedo. El oportunismo como aquella capacidad de estar alerta, de aprovechar las oportunidades para pasar por encima de los otros, de alcanzar fines sin importar los medios, de privilegiar “la ley del más fuerte”. El cinismo como la eliminación de cualquier responsabilidad ética frente a los propios actos y como el reflejo de una situación en la que la “necesidad” se vuelve virtud e impera la lógica de “los males necesarios”. El miedo no solo como aquel sentimiento de inseguridad generalizada frente a los otros o frente a los riesgos reales y virtuales, sino como una estrategia de control sobre la población que debilita el tejido social, fortalece el repliegue individualista y promueve el “sálvese quien pueda”, la “sola supervivencia social”.

Tales tonalidades emotivas atraviesan los mundos sociales y políticos y están en la base de la incomunicación, la desconfianza y los egoísmos que cobijan también a los sectores de izquierda. No es raro ver al interior de los sectores posicionados a la izquierda del espectro político, innumerables personalismos, autorreferenciamientos y dogmatismos que socaban la confianza, la apertura y la disposición a la colaboración. En ocasiones, cada organización considera que tiene “la verdad” acerca de lo que le está pasando en el país y en el mundo, y por tanto también la “receta” para superar las dificultades y configurar un nuevo panorama económico, social y político.

No es raro, entonces, percibir cómo cada segmento, organización o partido de izquierda se posiciona con cierta pretensión de superioridad intelectual (por poseer lecturas “más rigurosas”), política (por congregar a las mayorías) o moral (por ser parte de los sectores más victimizados o por no haberse dejado contagiar por “los vicios” de la política tradicional) que en nada aportan al diálogo y a la construcción de lo común. De hecho, junto con los “odios residuales” propios del bipartidismo liberal y conservador en Colombia y los “odios emergentes” distribuidos hoy entre dos segmentos radicalizados bien sea hacia la izquierda o hacia la extrema derecha representada en el uribismo, cohabitan “odios disimulados” al interior de los propios movimientos y partidos, producto de las envidias, las ansias de poder, los señalamientos, las ofensas y la carencia de mecanismos para gestionar productivamente los disensos.

Ello ha generado que entre los segmentos de izquierda, por ejemplo, las formas de relacionamiento más que guiadas por un compañerismo mediado por las naturales diferencias entre amigos, parezcan guiadas por la competitividad y por las afrentas entre enemigos, elemento que sin duda es aprovechado por los medios dominantes para atizar los conflictos y promover nuevas divisiones. Pero no menos preocupante ha sido que la corrupción, el caudillismo y el clientelismo ligados la política tradicional hayan penetrado en la praxis política de no pocos partidos y movimientos de izquierda (Mantilla, 2015), pues sin duda esto ha constituido un factor fuerte de disputas, señalamientos y fragmentaciones que dejan heridas irresolubles al interior de los mismos.

Por tanto, una buena forma de hacer resistencia a las tonalidades emotivas dominantes en el contexto del capitalismo neoliberal y de renovar no solo la izquierda sino la política en general, consiste en promover otros principios de vida y otras formas de relación no solo para los sectores de izquierda sino para la sociedad en su conjunto. Por suerte, no es necesario buscarlos o esperar que se construyan en un futuro distante, sino visibilizarlos y extenderlos al conjunto de la sociedad, en la medida en que ya se han hecho presentes en las más diversas formas de acción colectiva juvenil que han tenido lugar en los años recientes. Dicho de otra manera, las izquierdas tienen mucho que aprender de los nuevos sentidos y prácticas que le otorgan los jóvenes a lo político, al vincularlo con nuevas temporalidades, espacialidades, emotividades, corporalidades y formas de acción, relación y organización.

Incorporar esas nuevas formas, sentidos y prácticas que se han gestado desde la acción colectiva juvenil resulta crucial para las “izquierdas otras” (Grosfoguel, 2009), pues si se quiere interpelar a sectores más amplios de la sociedad hay que partir por la autocrítica para pasar luego a la modificación de las prácticas, hábitos políticos y formas de relacionamiento, innovando no solo en el ejercicio político sino en las formas de ser, estar, discernir y compartir con los demás. Una posible alternativa en este camino consiste en movilizar otras formas de relación y sociabilidad política basadas en la confianza, la colaboración y la construcción de lo común.

Conclusiones: claves para no dejar pasar el acontecimiento

A inicios del 2016, a finales de enero más precisamente y en la ciudad de Bogotá, tuvo lugar una “cumbre por la unidad” en torno a un chocolate santafereño a la que asistieron importantes sectores de las izquierdas en Colombia: Clara López, Iván Cepeda y Alirio Uribe del Polo Democrático Alternativo, Aída Avella, presidenta de la Unión Patriótica, Gustavo Petro y Holman Morris del Movimiento Progresistas, David Flórez de Marcha Patriótica, Jaime Caycedo, secretario general del Partido Comunista Colombiano, Ángela Robledo del Partido Alianza Verde. Además de las ausencias más visibles en dicha cumbre como importantes líderes del Partido Verde (Antonio Navarro, Claudia López, Antonio Sanguino, Angélica Lozano y Carlos Vicente de Roux) o el senador Jorge Robledo que lidera el MOIR al interior del Polo Democrático, como cita Suárez (2016) las diferencias inevitables de siempre no se hicieron esperar cuando Holman Morris propuso un gran “sancocho nacional” en lugar de un chocolate santafereño que reprodujera la política tradicional ligada a liderazgos muy bogotanos y a la lectura del país desde la capital.

Lo cierto es que luego de que la izquierda perdiera la alcaldía de Bogotá y en un contexto en el que las derechas a nivel regional adquieren un nuevo protagonismo y en Colombia no cesan de ser muy visibles e influyentes, gracias al rol de los medios masivos dominantes, en su oposición a los diálogos de paz entre el Gobierno y las FARC, la unidad de la izquierda se ha vuelto a escuchar y a promover como medio para consolidar un bloque amplio a favor del proceso de paz y como base para que la izquierda pueda ser alternativa de poder en el 2018.

Sin embargo, cabe poner en cuestión la vieja estrategia de la izquierda que consistía en llegar al Estado-nación para luego intentar cambiar el mundo (Grosfoguel, 2009). Como lo muestran las experiencias de acción política juvenil emergentes, en lugar de tener como objetivo central la toma del Estado, hoy puede ser posible “cambiar el mundo sin tomar el poder” (Holloway, 2005) a través de la creación de formas organizativas, comunicativas y colaborativas que surgen desde la creatividad transformadora de los pueblos[8]. En este sentido, la unidad de la izquierda como fin en sí mismo o como medio para una victoria electoral no es del todo el sinónimo del éxito. Lo anterior no implica negar la importancia del espacio electoral sino de concederle sus justas proporciones pues como sabemos los grandes cambios a lo largo de la historia han sido el resultado de la acción colectiva y de las revueltas de organizaciones, movimientos sociales y singularidades rebeldes que han logrado la “democratización mediante la lucha” (Tilly, 2005).

Por este motivo, como bien lo señala Mantilla (2015), para las izquierdas lo electoral no debería ser el espacio privilegiado de la política, si bien rechazar la participación en ese espacio tampoco resultaría estratégico como no lo es renunciar a la disputa por el Estado y por el poder político. De allí la importancia de continuar impulsando a los partidos-movimiento, es decir, a las organizaciones políticas con bases en la movilización social pero que al no ser ajenas a la participación en el espacio electoral, pueden llegar a ser “gobiernos-movimiento”. Sin embargo, más allá de la política electoral, están las formas emergentes de relacionamiento y acción que se desatan al interior de los procesos de lucha y que en las movilizaciones masivas de los últimos años han demostrado que es posible, desde la comunicación, la colaboración, la confianza y la construcción de lo común, posicionar ciertas demandas, atraer la atención de grandes sectores y modificar las relaciones de fuerza de cara a la construcción de esos mundos que ya están siendo posibles.

Por tal razón en este artículo he intentado defender que en lugar de la búsqueda de la unidad de la izquierda puede ser más estratégico apostar por su renovación, promoviendo una lógica de la diferencia y una política del acontecimiento que reivindique el potencial constituyente de la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común. Asimismo, he expresado que lo que hemos visto en las recientes formas de acción política juvenil, no ha sido la predominancia del discurso de unidad y menos del de su necesaria búsqueda para la obtención posterior de una victoria electoral. Lo que hemos visto es cómo la conjunción de tales pilares o cuatro Co, están modificando los sentidos y prácticas políticas de una manera que tiene mucho por aportar a los procesos de renovación de las izquierdas tanto en Colombia como en América Latina.

La comunicación, por ejemplo, bajo nuevos lenguajes y recursos estético-expresivos, es crucial para que la izquierda deje de hablarse a sí misma y comience a hablarle al resto de la sociedad que si bien no se identifica como parte de los “cuadros de izquierda”, sí puede compartir ciertos idearios relacionados con la defensa de lo público y de los derechos fundamentales (a la salud, la educación, a la vida), con el apoyo a la resolución pacífica de conflictos o con la protección de los bienes comunes como el agua, el aire y la tierra. Las masivas movilizaciones juveniles de los últimos años demostraron que sí es posible interpelar al conjunto de la sociedad o por lo menos a amplios sectores de la misma. Pero para lograrlo de nuevo, se requiere apuntar en varias direcciones:

1) Incorporar nuevas tecnologías digitales y plataformas con amplia cobertura para circular contenidos, coordinar acciones y generar sentimientos de identificación y pertenencia no solo a nivel nacional sino también regional. 2) Impugnar las versiones dominantes de los grandes medios que agencian los intereses económicos de sus propietarios. 3) Promover medios de comunicación propios que propicien culturas políticas alternativas. 4) Atender a las temporalidades juveniles y a su enorme capacidad de agenciar y encarnar los cambios a través de pluralidad de sentidos y prácticas vinculadas con las tecnologías y las hipermediaciones. 5) Difundir nuevos lenguajes y nociones que trasciendan los marcos cognitivos y lingüísticos asociados a la política de la izquierda tradicional.

En este sentido, junto con nociones que han hecho carrera en el pensamiento de izquierda como revolución, liberación, lucha de clases, explotación, burguesía, entre otras, que con frecuencia son utilizadas por los medios dominantes para estigmatizar, criminalizar o asociar a las personas de izquierda como “aburridas”, “anacrónicas” o “mamertas”, en el contexto reciente han hecho presencia nuevos lenguajes. Y no se trata de los términos propios del pensamiento liberal que han penetrado en los discursos de aquella izquierda “políticamente correcta”: democracia, ciudadanía, acuerdos, consensos, respeto por las diferencias, etc. Más bien, asistimos a la emergencia de otros lenguajes que se han agenciado desde movimientos territoriales como el Congreso de los Pueblos en Colombia, que intervienen el mundo de hoy a través de conceptos como “Mandato”, “Minga” o “bienes comunes” y constituyen una forma alternativa de comprender la praxis transformadora (Mantilla, 2015)[9].

Sin embargo, no se trata solo de modificar los medios y mensajes. Se trata también de reinventar las prácticas y las formas de relacionamiento tanto al interior de la izquierda como hacia afuera de ella (incluso en la relación siempre tensionante y conflictiva con la derecha). Bastante bien la haría a las izquierdas en Colombia dejar de preocuparse solo por la renovación del programa político y de los liderazgos, para pasar a movilizar otras formas de acción y de relación como las que se manifestaron en las revueltas del 2011, en donde tres tonalidades emotivas disidentes (la confianza, la colaboración y la construcción de lo común), se gestaron en los mismos procesos de movilización y disrupción social, ligadas a las tomas de las plazas y de los espacios tanto físicos como virtuales.

Tales tonalidades emotivas propician formas de ser, estar y compartir que pueden escapar a las rutinas y expresiones de la política convencional, a las líneas de acción claramente definidas y al discurso de unidad como “refugio” y precondición de la acción. Estos principios de interacción y movilización que incorporan lógicas de la diferencia/convergencia y que se alimentan de la acción colectiva juvenil, pueden permitir tramitar la heterogeneidad interna de las izquierdas así como sus fragmentaciones, apelando a ideas aglutinadoras, a procesos de gestión productiva de los disensos y a plataformas creativas de formación y comunicación. En suma, las cuatro Co, es decir la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común, además de ser principios de acción y relación a los que se puede apostar con el fin de tomar distancia frente a ciertos vicios sedimentados en la política (caudillismo, corrupción, clientelismo, individualismo, sectarismo, etc.), son un proyecto político alternativo al proyecto histórico de unidad, que no se basa en la búsqueda reducida de una victoria electoral sino en la potenciación y aprovechamiento del acontecimiento.

Como bien cuestiona Cruz (2016) grandes movilizaciones como las de los estudiantes en el 2011 en Colombia que expresaron un descontento palpable en buena parte de la población y que giraron en torno a demandas que lograron instalarse en la agenda nacional, no lograron capitalizarse en votos para la izquierda o en la configuración de un bloque expandido que pudiera configurar un nuevo modelo de poder social y político en el país. Lo mismo sucedió con el paro agrario del 2013, con los intentos de articulación en el ámbito social ligados a las cumbres agrarias o con las grandes iniciativas de paz y convergencia asociadas a plataformas como el Frente Amplio por la Paz[10]. Grandes sucesos e iniciativas parecen perder su fuerza transformadora pese a que se dan en contextos sociales inéditos cargados de abundantes oportunidades políticas para las izquierdas.

La razón de ello radica en la hegemonía de las tonalidades emotivas propias de la economía capitalista neoliberal, con las que se busca traducir y experimentar tales acontecimientos: oportunismo, cinismo, miedo, competitividad, egoísmo, protagonismo, sectarismo, incomunicación, desconfianza, indiferencia, individualismo, entre otras. Por tanto, es en pilares alternativos tales como la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común, así como en lógicas de la diferencia y la convergencia basadas en la apertura, la flexibilidad, la incertidumbre, la adecuación y el disenso mucho más que en el discurso de la unidad o en el del acrítico consenso, en donde están las claves para la renovación de las izquierdas y para no dejar pasar, nuevamente, el acontecimiento. Lo anterior, como lo hemos visto desde el 2011, ya está siendo una cuestión de jóvenes.

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Notas

[1] Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud, Universidad de Manizales - Cinde. Profesor del Departamento de Lenguas y Cultura de la Universidad de los Andes de Bogotá.

[2] Entre las decisiones más polémicas de sus primeros meses de gobierno se destaca la de construir un metro elevado y no subterráneo en Bogotá, la propuesta de urbanizar la reserva ecológica Van der Hammen, el desalojo de vendedores ambulantes, el incremento del pasaje de TransMilenio y el Sistema Integrado de Transporte, y la represión de las protestas generadas por las alzas y el mal servicio de TransMilenio.

[3] Una de las tesis fuertes al interior de las izquierdas en Colombia es que éstas no han podido llegar al poder como resultado de la persecución y el genocidio político. Resulta difícil no compartir dicha postura en un país en el que más de 5 000 militantes de un mismo movimiento político, la Unión Patriótica, fueron asesinados desde mediados de los años ochenta, o en donde al día de hoy ya se cuentan casi 120 militantes de Marcha Patriótica asesinados o desaparecidos y las amenazas en contra de estos y otros movimientos o activistas de izquierda siguen siendo recurrentes.

[4] A propósito, dice Lazzarato (2006a): “Para captar este neologismo, no sólo hay que saber que noos (o noûs) designa en Aristóteles la parte más alta del alma, el intelecto, sino también que es el nombre de un proveedor de acceso a Internet” (p. 93).

[5] En el siguiente enlace se puede consultar el Manifiesto de este movimiento que apuesta por la democratización de Europa en un plazo de una década, hasta el año 2025: http://diem25.org/manifiesto/

[6] Tarde hace una lectura de la monadología de Leibniz, quien forjó el término «mónada» para designar las fuerzas constitutivas de las cosas. Cada mónada (sin distinción entre inerte, vivo o humano) posee, en mayor o menor grado, fuerzas físicas (deseo, creencia, percepción, memoria, etcétera). De manera que “el universo no es el resultado de una composición de movimientos mecánicos, sino de un vitalismo inmanente de la naturaleza” (Lazzarato, 2006a, p. 49).

[7] Crítico de la noción de colectivo, Lazzarato evita hablar de acción colectiva y en su lugar, se refiere a las acciones de los movimientos que denomina post-socialistas como coordinaciones o acciones políticas con rasgos distributivos más que colectivos. Partiendo de los planteamientos del pragmatista William James, establece una diferencia entre “el punto de vista distributivo y el punto de vista colectivo. El primero se identifica con el pluralismo y la multiplicidad; el segundo, con la lógica de la totalidad y de lo universal” (Lazzarato, 2006b, p. 23).

[8] Sobre este punto vale la pena tener en cuenta la precaución que señala Grosfoguel cuando se cae en la idealización de la política no institucional y la negación total de la política electoral (2009): “Si bien es cierto que no podemos ser tan ingenuos en volver a pensar que llegar al poder estatal puede conducirnos de golpe a transformar el mundo, su descuido más que inconveniente, sería nefasto. Las victorias electorales no transformarán el mundo; pero no pueden ser descuidadas, pues es necesario descolonizar los Estados-nacionales teniendo como criterio fundamental el diálogo interepistémico (interculturalidad) que detentan los pueblos (víctimas) silenciados por la violencia colonial” (p. 241).

[9] No se puede dejar de mencionar que en paralelo a los nuevos lenguajes y prácticas comunicativas que oxigenan la acción política de las izquierdas entre otras cosas gracias a la participación juvenil, asistimos a un momento en que, por lo menos en Colombia, la derecha radicalizada también viene innovando en sus lenguajes y de hecho, utilizando expresiones que cuentan con trayectoria en los sectores de izquierda. Así pues, el expresidente Uribe y su partido el Centro Democrático no cesan de reclamar “paz sin impunidad”, entendida como la exigencia de cárcel para los cabecillas de las FARC, de denunciar “persecución política” ante los numerosas procesos judiciales y condenas con las que ya cuentan varios de sus colaboradores, y de convocar a “resistencia civil” no contra la guerra, el autoritarismo o la injusticia, sino contra los diálogos en los que se busca llegar a acuerdos de paz (Gil, 2016).

[10] El Frente Amplio por la Paz es un escenario de “confluencia de fuerzas progresistas y de izquierda que pese a sus diferencias con el actual presidente Juan Manuel Santos, apoyan las negociaciones de paz entre su gobierno y las insurgencias de las FARC y el ELN. Entre las organizaciones, movimientos y partidos políticos que integran la plataforma, se encuentran la Federación Colombiana de Educadores (FECODE), la Unión Sindical Obrera (USO), la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), la Marcha Patriótica, el Congreso de los Pueblos, Poder Ciudadano, Fuerza Común, el Polo Democrático, la Unión Patriótica (UP) y el Movimiento Progresistas” (Aguilar-Forero, 2015, p. 25).

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