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https://doi.org/10.17163/soph.n37.2024.06
fundaMentoS filoSófiCoS
Para una Pedagogía de la Cultura
Philosophical foundations
for a pedagogy of culture
G A E U*
Universidad Panamericana, Aguascalientes, México
gaesparza@up.edu.mx
https://orcid.org/0000-0002-9470-6519
Forma sugerida de citar: Esparza Urzúa, Gustavo Adolfo (2024). Fundamentos filosóficos para una pedagogía
de la cultura. Sophia, Colección de Filosofía de la Educación, (37), pp. 191-219.
Resumen
El objetivo general del presente trabajo es elaborar una lectura pedagógica de Filosofía de las formas
simbólicas, de Ernst Cassirer, centrando la atención en el volumen Fenomenología del conocimiento, donde el autor
detalla que los fundamentos aducidos por Paul Natorp, en Introducción a la psicología constituyen una visión
crítica de la psicología como fundamento de las operaciones intelectuales. En general, son tres los resultados a
mostrar: primero, que esta recuperación de la visión natorpiana permite a Cassirer sostener que toda actividad
cultural (el lenguaje, la mitología, el arte, la ciencia, etc.) tiene como fundamento las actividades psicológicas del
sujeto, lo que implica que toda formación simbólica es, tanto un producto intelectual del individuo como una
actividad cultural; segundo, que para el desarrollo de una psicología crítica, de acuerdo con al plan general de
Natorp, es necesaria una teoría de la formación que explique cómo el entorno cultural conforma las actividades
intelectuales del sujeto, tesis general asumida por Cassirer para el desarrollo de su teoría del símbolo; finalmente,
que los agentes formativos culturales considerados por Natorp para la formación del individuo (Estado, arte
y religión, principalmente) constituyen las bases teóricas de la cultura, en las que posteriormente el alumno
desarrollará su teoría del lenguaje, mito/religión, arte y ciencia como formaciones culturales.
Palabras clave
Natorp, Cassirer, filosofía, pedagogía, cultura, formación.
* Licenciado en Pedagogía y maestro en Enseñanza Superior por la Universidad Panamericana de
México. Doctor en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Autónoma de Aguasca-
lientes. Su línea de investigación central es el impacto e influencia de la filosofía de Ernst Cassirer.
Es autor de más de una docena de artículos relacionados con el pensamiento del autor neokan-
tiano. Su libro más reciente, en coautoría, es e Bounds of Myth, e Logical Path from Action to
Knowledge (Brill, 2021). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I.
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Fundamentos losócos para una pedagogía de la cultura
Philosophical foundations for a pedagogy of culture
Abstract
e general objective of this paper is to elaborate a pedagogical reading of Ernst Cassirers
Philosophy of Symbolic Forms, focusing on the Phenomenology of Knowledge where the author details
that the foundations adduced by Paul Natorp, in Introduction to Psychology constitute a critical view
of psychology as the foundation of intellectual operations. In general, there are three results to be
shown: first, it will be shown that this recovery of the Natorpian vision allows Cassirer to maintain
that all cultural activity (language, mythology, art, science, etc.) has as its foundation the psychological
activities of the subject, which implies that all symbolic formation is both an intellectual product of
the individual and a cultural activity. Second, it will be shown that part of the development of a
critical psychology, in accordance with Natorps general plan, is the need for a theory of formation
that explains how the cultural environment shapes the intellectual activities of the subject, a general
thesis assumed by Cassirer for the development of his theory of the symbol. Finally, it will be noted
that the cultural formative agents considered by Natorp for the formation of the individual (state,
art and religion, mainly) constitute the theoretical bases of culture on which the student will later
develop his theory of language, myth/religion, art and science as cultural formations.
Keywords
Natorp, Cassirer, Philosophy, Pedagogy, Culture, Formation.
Introducción
El objetivo del presente artículo es elaborar una lectura pedagógica de
la Filosofía de las formas simbólicas (FFS) (Cassirer, 1998a y c), princi-
palmente del volumen dedicado a la fenomenología del conocimiento
(Cassirer, 1998c).1 Se hará notar que, de entre los antecedentes filosóficos
a los que recurre el autor para elaborar este proyecto, destaca el aprove-
chamiento de la filosofía general de Paul Natorp (2015), de la cual el autor
abiertamente comenta:
Natorp [sostiene] que no solo en el conocimiento de la naturaleza de
lo individual es referido a lo universal de la ley es tomado y valorizado
solo como caso de esa ley, sino que el mismo modo de determinación
vale también para cualquier consideración ética o estética (Cassirer
1998c, p. 73).
Si bien con este comentario Cassirer ofrece un balance sintético
de la propuesta filosófica general desarrollada por su maestro, aquí no se
incluye la perspectiva pedagógica, ampliamente desarrollada por Natorp
(1905). Sin embargo, las reminiscencias formativas pueden apreciarse en
el trabajo del primero a tal grado que el propio filósofo de Breslavia consi-
deraba que una teoría del conocimiento debía emprender una ruta “feno-
menológica en el sentido propuesto por Hegel (Cassirer, 1998c, pp. 8-9).2
La omisión de parte del alumno al considerar la teoría pedagógica de su
maestro, merecen una atención mayor para una mejor comprensión de la
teoría del símbolo.
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De acuerdo con las nuevas valoraciones filosóficas del impacto de
la obra de Cassirer, la teoría psicológica ocupa un lugar fundamental en
el proyecto propuesto por él, a tal grado que sería posible comprender su
teoría del símbolo suprimiendo de esta visión una descripción de los pro-
cesos neurológicos y biológicos que sostienen la capacidad del ser huma-
no para construir los símbolos (Andersch, 2015). Sin embargo, del mismo
modo, es posible sostener la importancia de una teoría de la formación
que explique cómo las formaciones culturales aducidas por el autor en su
obra magna se conservan, transmiten y estructuran, para convertirse en
procesos educativos para los nuevos miembros de las comunidades.
Una posible explicación de por qué no puede encontrarse una teo-
ría de la formación en Cassirer, implica el desarrollo filosófico que ofrece
del símbolo “historia, al presentarlo como el sistema mediante el cual es
posible comprender al ser humano “ya no como un ser con naturaleza,
sino como un ser con historia (Cassirer, 2012, p. 253). Esta teoría, como
se aprecia, concibe el devenir del ser humano como un proceso de cambio
y de conformación continua cuyo origen y explicación dependen de una
forma general del devenir histórica. Pero aún con ello, y de acuerdo con
Natorp, toda teoría de la formación debe remitirse a una pedagogía de la
cultura para explicar cómo las distintas formas culturales (Estado, arte,
religión) contribuyen a la conformación de una idea del ser humano.
La tesis general que se argumentará es que la paulatina fundamen-
tación teórica de cada una de las tareas propuestas por Cassirer requiere
una justificación pedagógica para explicar cómo los símbolos descritos
por el autor se desarrollan y conforman en el entramado cultural, y para
ello sería necesario emprender una relectura del proyecto formativo de
su maestro Paul Natorp. Es evidente que la crítica de la cultura (Cassirer,
1998a, pp. 18-21) no contemplaba el desenvolvimiento pedagógico como
uno de sus momentos fundamentales, pero sí, en cambio, reconoce en
el “movimiento (Bewegung) que toda forma simbólica recorre hacia su
progreso el camino mediante el cual cada forma simbólica se manifiesta y
alcanza su representación ideal (Abbildung); sin embargo, es precisamen-
te en este tránsito fenomenológico el que implica un auténtico proceso
formativo (Bildung) que permite tanto a los símbolos (mito, lenguaje, arte,
etc.) como al ser humano conformar un auténtico mundo de la cultura.
Así lo manifiesta el propio autor hacia el final de su vida cuando anota:
“En [cada forma simbólica, el ser humano] descubre y prueba un nuevo
poder, el de edificar un mundo suyo propio, un mundo ideal. La filosofía
[y la pedagogía] no puede[n] renunciar a la búsqueda de una unidad fun-
damental en este mundo ideal (Cassirer, 2012, p. 334).
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Para lograr esto anterior, en el segundo apartado se describen los
fundamentos lógicos y epistemológicos propuestos por Natorp y aprove-
chados por Cassirer, aunque no fuesen presentados bajo esta estructura. El
tercer apartado explicará cuáles son los fundamentos pedagógicos que pue-
den incluirse en el desarrollo de una teoría de las formaciones simbólicas.
Fundamentos lógicos y epistemológicos de la pedagogía
Uno de los resultados más importantes ofrecidos por el filósofo de Br-
eslavia en el tercer volumen de su obra magna corresponde a la confir-
mación de que:
No solo son auténticos factores y motivos formales (de conocimiento)
los que imperan en la configuración de la imagen científica del mundo,
sino también los que ya existen en la configuración de la “imagen na-
tural del mundo (natürlichen Weltbildes), la imagen (Weltbildes) de la
percepción y la intuición (Cassirer, 1998c, p. 7).
Con ello, el autor ampliaba su referente de conocimiento al aceptar
que la ciencia, por más que fuese el modelo más importante por tomar en
cuenta, se podía encontrar referentes epistémicos en modalidades primi-
tivas e intermedias como el mito, el arte o el lenguaje.
En distintas secciones de los tratados El lenguaje (1998a, pp. 159-
259) y El pensamiento mítico (1998b, pp. 197-285) se muestra cómo la
organización de las primeras comunidades y las comunidades aborígenes
conocidas hasta antes de 1920, principalmente en África y Oceanía, ad-
quirían su lenguaje y cosmovisión a partir de patrones de conducta y mo-
delos lingüísticos plenamente desarrollados dentro de la comunidad. La
descripción de estos hallazgos etnológicos presentados por el neokantia-
no tenía como finalidad mostrar, precisamente, que tanto el pensamiento
lingüístico como sus fundamentos epistemológico-míticos, a pesar de no
ubicarse dentro de un modelo científico, respondía a las demandas del
entorno bajo patrones semánticos —para el caso del lenguaje— como
cultico-ritualísticos —para el caso del mito—.
Con estos resultados, en Fenomenología del conocimiento el autor
anotaba que el nuevo modelo de concepto —es decir, el proceso median-
te el cual dichas comunidades manifestaban sus conocimientos”— debía
considerarse como un proceso epistemológico válido, aun cuando en di-
chas configuraciones y explicaciones del mundo no fuese posible encon-
trar un modelo idéntico al propuesto por las ciencias naturales. Con esta
propuesta, el autor no proponía destruir el modelo clásico de ciencia, sino
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estudiar el acto general de conocer que ocurría en comunidades cuya or-
ganización no seguía los estatutos de las instituciones académicas. Como
argumento general, para el autor, podía remitirse a que en formas como
en el mito y el lenguaje primitivos era posible encontrar estructuras de
pensamiento que podían justificar modos de actuación válidos para la co-
munidad y que, además, podían explicar los fenómenos de la naturaleza:
La justificación y fundamentación crítica del conocimiento consiste des-
de ahora en reconocerse a sí mismo como mediato y mediador, como
un organon espiritual que tiene un lugar determinado en la estructura
total del universo espiritual y que desempeña una función determinada
(Cassirer, 1998c, p. 17).
En ese sentido, la filosofía de las formas simbólicas, como meto-
dología de investigación, buscaba entender y definir el papel que cumplía
cada símbolo individualmente, sin por ello perder de vista su pertenencia
al sistema de la cultura. Como se aprecia, la búsqueda consistía en delimi-
tar entre el papel de una forma individual y la función general que debía
cumplir dentro de un sistema.
Por su parte, Paul Natorp (1905), previo al desarrollo de las ideas
de su alumno, propuso una nueva fundamentación de la pedagogía para
justificar que todo proceso de formación logrado por el individuo depen-
día, necesariamente, de una interacción cultural y nunca podía presentarse
como una actividad aislada del sujeto. Si bien Cassirer (1998, pp. 61-75)
aprovecha y estudia los tratados lógicos y psicológicos de Natorp (1974;
2015), no encontramos mención alguna a los tratados pedagógicos en nin-
guno de los tres volúmenes de la FFS, sin embargo, como se aprecia en el tí-
tulo de esta obra magna, todo símbolo depende de un proceso “formativo.
Cassirer remite a la psicología general de Natorp (1905), en cuya
presentación entiende a dicha ciencia como el estudio de la conciencia in-
dividual y el modo en que esta se vincula con la comunidad y el entorno.
Pero en ese mismo tratado presenta a la pedagogía el estudio del creci-
miento y la formación dentro de la comunidad y el entorno social del ser
humano, por lo que, a decir de Natorp, se trataría de saberes complemen-
tarios. Particularmente en sus estudios sobre la formación humana, este
autor diferencia entre el modelo natural de desarrollo y el modelo cultu-
ral con el cual formar al ser humano: El término educación [Erziehen]
se basa en la analogía de criar [Aufziehens] plantas o animales. Significa:
lograr el crecimiento adecuado mediante el tratamiento o los cuidados
apropiados. Señala así la diferencia y la interrelación entre naturaleza y
cultura [Natur und Kultur]” (Natorp, 1905, p. 1). La tesis central es que, si
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bien el desarrollo humano puede encontrar un desenvolvimiento “natu-
ral, la desviación de un modelo cultural dificulta la apropiación de los
recursos comunitarios establecidos para la determinación de un modo de
actuar ideal. Como veremos, este aspecto resultará fundamental para la
teoría de las formas simbólicas.
Ahora bien, aunque no tenemos mayores detalles sobre el despla-
zamiento u omisión de lo pedagógico por parte de Cassirer, sí encon-
tramos un ejercicio analógico en El mito del Estado (Cassirer, 1968). En
dicho tratado su autor cuestiona la emergencia de las ideas que permi-
tieron el desarrollo del nazismo y el fascismo, además de subrayar que la
filosofía funge como celadora de un desenvolvimiento social pertinente
de cada símbolo, en este caso el del mito y la política. La idea central
manifiesta que la desviación de una forma de su unidad cultural conlleva
a su degradación a pesar de que esta opere técnicamente con eficacia; el
sentido general propuesto, por ende, constituye promover que cada for-
ma se desenvuelva operativamente acorde a un criterio general. En ese
sentido, la FFS tiene como objetivo delimitar la labor que cada símbolo le
corresponde cumplir para, a partir de ello, determinar la pertinencia de
cualquier acción particular teniendo como referencia dichos principios
propuestos. A esto Cassirer (1998a) llama forma interna de cada símbo-
lo: Esta forma [significa] la ley que condiciona su estructuración (p. 21)
Lo relevante de esta función crítica es determinar y valorar la for-
ma interna de los símbolos como parte de su carácter pedagógico. Natorp
(1905) había realizado un ejercicio filosófico similar al de Cassirer, pero
en su caso aplicado al proceso general de formación humana: La palabra
formación [Bildung], que quizá sea aún más apropiada para describir el
conjunto de la tarea pedagógica, apunta más claramente a la forma, es
decir, a la ley interior de la formación [Gesetzlichkeit der Gestaltung] del
ser humano en el ser humano (p. 2). El interés de este autor es definir
que el proceso formativo está constituido tanto por un criterio general de
relación o idea (Idee) y su vivencia cotidiana o naturaleza (Natur), pues
solo en la acción cultural es como puede determinarse lógicamente que
un proceso es un acto pedagógico.
Para Natorp (1905), el criterio lógico que define a la pedagogía im-
plica la aceptación de una ley interna o forma general al que aspira el acto
propiamente pedagógico, el cual permite guiar y evaluar el proceso edu-
cativo (Erziehung) con la finalidad de determinar si el desarrollo del ser
humano es una formación (Bildung) ideal. Por su parte, Cassirer (1998c)
reconoce para cada forma simbólica un modo ideal desde el cual es po-
sible evaluar la función que cada símbolo cumple dentro del entramado
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cultural. El propio autor plantea así dicha tarea: “La Filosofía de las formas
simbólicas no es más que el intento de asignar a cada una de ellas el índice
de refracción determinado que especifica y peculiarmente les correspon-
de (p. 12). Así, por tanto, la investigación crítica que emprende busca algo
más que delimitar qué es un símbolo cultural, pues también se propone
determinar si esa forma simbólica (Symbolischen Formen) se corresponde
con una forma ideal (Bildung).
De este modo, se advierte una modalidad pedagógica en la Feno-
menología del conocimiento. Este proceso postula que en el acto perma-
nente de construir (Auau) cada formación simbólica se tome en cuenta
la forma interna del símbolo correspondiente, pero no con criterios aisla-
dos o heterogéneos, sino a partir de una función general (Grundfunktion):
Existe una coherencia unitaria que va desde el mero valor expresivo de
la percepción y desde el carácter representativo de la representación
[…]. El tipo de coherencia solo puede precisarse y darse a conocer si
se va siguiendo su construcción [Auau] y se descubre cómo todas sus
fases, por heterogéneas y contradictorias que parezcan, están dominadas
y dirigidas por una misma función básica [Grundfunktion] (Cassirer,
1998, p. 57).
Con esta cita pueden resaltarse tres resultados fundamentales. Pri-
mero, se puede sostener que el objetivo de Cassirer es mostrar que toda
actividad humana, por diversa que parezca, responde a una función es-
piritual común cuya manifestación es la unidad de la cultura. Con ello, el
neokantiano no pretende manifestar una igualdad entre las modalidades,
por ejemplo, mito y ciencia, sino que entre ambas subyace un mismo pro-
ceso general que permite describir su proceso de construcción espiritual.
El segundo resultado permite afirmar que Cassirer, al titular al tercer vo-
lumen de FFS como fenomenología del conocimiento (Phänomenologie
der Erkenntnis), busca confirmar la existencia de una función básica en
todo proceso de cognición (Erkenntnis) como el hallazgo más importante
a resaltar de la teoría general de la formación de símbolos (Symbolischen
Formen). Finalmente, el tercer resultado permite advertir que, si toda for-
mación simbólica depende de una función lógica básica, entonces, ese
proceso de formación no puede ser únicamente una actividad cognitiva
puramente crítica (Erkennenkritik), sino que debe implicar también una
dimensión psicológica y pedagógica que explique el proceso de cognición
(Erkennen) y de formación (Formen).
El mismo principio lo encontramos en Natorp (1905) al definir a la
pedagogía como la ciencia que tiene por objeto la formación humana. Al
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igual que su alumno, encontramos postulada la necesidad de integrar las
múltiples tareas formativas relacionadas con el crecimiento y desarrollo
humano fundamento común que permitan cohesionar al acto educativo
en torno a una finalidad ideal:
La tarea [Aufgabe] de la formación es el desarrollo armónico del alma
del hombre en todas sus direcciones esenciales; pero esta armonía exige
tanto una relativa independencia de los componentes conectados como
su relación común con un centro final: la idea [Idee] (Natorp, 1905, p. 4).
Aunque el esfuerzo de Cassirer estaba orientado a investigar la
forma interna de los símbolos y en Natorp la forma ideal de la edu-
cación, se aprecian tres criterios generales comunes en ambos estudios:
La delimitación de una forma interna.
La delimitación de un esquema lógico deductivo.
La conformación de un criterio para determinar la pertinencia
operativa tanto de los símbolos como del proceso formativo.
De acuerdo con ello, cada autor fijaba una base para medir la via-
bilidad las acciones individuales, así como su proceso general formación
(Bildung), todo esto a partir de una idea o fundamento general (Idee).
En el paulatino logro de cada uno de los objetivos, cada autor justifica
la necesidad de reconocer un modelo ideal desde el cual determinar un
modelo ideal propio, tanto de la formación como del conocimiento. Di-
cha base, como veremos a continuación, es determinante para definir dos
cuestiones: una primera de carácter metafísico, ¿qué es pedagogía?, para
el caso de Natorp, y ¿qué es ciencia?, para el caso de Cassirer; la segunda
de carácter metodológico, ¿cómo formar a través del conocimiento?
Fundamentos metodológicos de la pedagogía
Para Natorp (1905), la fuente de la pedagogía se encuentra en dos grandes
campos, el primero en tres disciplinas filosóficas objetivas, a saber: “Lógi-
ca, Ética y Estética (p. 5). De acuerdo con el autor, la finalidad de la filo-
sofía es mostrar el camino a través del cual la actividad educativa puede
transformarse en una actividad formativa, que puede alcanzar los ideales
humanos, todo esto a través de una investigación del conocimiento ob-
jetivo puro (rein objektive Erkenntnis). El segundo campo corresponde
a la indagación sistemática de la subjetividad a través de la psicología, la
cual contribuye:
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A la fundamentación de la pedagogía también se referirá a la indivi-
dualización de la actividad educativa. Es cierto que lo individual está
conectado con lo general en una secuencia continua de etapas […] Solo
la psicología es capaz de dar indicaciones sobre cómo proceder, no en el
curso general de la educación, sino en el caso individual dado (Natorp,
1905, p. 7).
Así, el autor propone una investigación integral del proceso edu-
cativo, pues considera que solo la unidad de la objetividad filosófica y la
orientación psicológica en casos particulares, a partir de criterios gene-
rales, establece un camino seguro de formación.3 Con esto dicho, Natorp
(1905, p. 8) se pregunta si esta división de los fundamentos justifica la
actividad pedagógica, ya que toda acción educativa implica el acto de for-
mar al sujeto individual; ante ello reconoce que en la educación (Erzie-
hung), al implicar un proceso natural y subjetivos, por tanto psicológico,
lo ideal sería desarrollar una investigación fisiológica para determinar
la evolución biológica de cada educando y, posteriormente, con experi-
mentos psicológicos controlados, definir las actividades específicas de
cada etapa y cómo favorecen a cada alumno. El mismo autor reconoce
que esta vía de estudio implicaría un tipo de intervención especializada
y poco realista, pues se trata de un proceso pedagógico que desatiende a
la realidad general del educando. Ante ello, reitera la importancia de un
equilibrio entre los fundamentos filosófico-objetivos para establecer nor-
mativas generales de conducción que permitan la formación universal
de los educandos, por ello, más que determinar casos específicos para el
individuo en cuestión, es necesario la elaboración de acciones generales
que permitan resolver situaciones particulares dentro del proceso general
de formación.
La importancia de la unidad en los fundamentos tiene como reduc-
to final la selección de los contenidos. La cuestión decisiva, hasta ahora,
era determinar el marco metodológico general a partir del cual enmarcar
los principios pedagógicos, los cuales son fijados en los polos filosófico
y psicológico. Así, la nueva pregunta central es definir los contenidos te-
máticos: “La consideración del contenido precede necesariamente a la
estructura científica de la pedagogía. […] la estructura y la unidad del
contenido de la formación (Bildungsinhalts) han de estudiarse en relación
con la estructura y la unidad del contenido de la cultura (Kulturinhalts)
(Natorp, 1905, p. 9). Esta cuestión resulta decisiva para la comprensión de
los criterios lógicos generales que han de considerarse para unificar todo
el contenido y para la determinación del tipo de conocimiento específico
que ha de impulsarse.
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En ese sentido, Natorp (1905) acepta que la labor de la didáctica
es fundamental para el cumplimiento de dicha tarea (la armonía de los
saberes y el tipo de orientación que deben dárseles a cada uno de ellos
en lo particular). Sin embargo, insiste en la unificación de los contenidos
formativos tomando en cuenta dos aspectos: teóricamente los contenidos
deben delimitarse por una filosofía de la cultura y prácticamente siguien-
do una lógica propia de cada saber (i. e. matemática, química, historia,
artes, etc.). La finalidad de esto es reconocer que cada campo obedece a
un modelo de construcción de conocimientos propio, pero que en con-
junto manifiesta la totalidad de la cultura. A esta unidad de criterios se
les denomina sistema de formación (Bildung System) humana (p. 11),
conocido técnicamente como didáctica.
Como se aprecia, en Natorp (1905) encontramos tres resultados
centrales para entender a la pedagogía:
• Los fundamentos, a saber: filosofía (estudio de los principios
objetivos) y psicología (estudio de los principios subjetivos).
• La selección de los contenidos (todas las manifestaciones culturales).
Un método de organización de los contenidos (a través de una
lógica temática o didáctica).
Por su parte, Cassirer acepta la tesis general de su maestro al incor-
porar el desarrollo armónico de la cultura como la finalidad de la activi-
dad filosófica:
La filosofía de las formas simbólicas parte del supuesto de que, si existe
alguna definición de la naturaleza o esencia del ser humano, debe ser
entendida como una definición funcional y no sustancial […]. La carac-
terística sobresaliente y distintiva del ser humano (es) su obra […]. Una
filosofía del ser humano sería, por tanto, una filosofía que nos propor-
cionara la visión de la estructura fundamental de cada una de esas ac-
tividades humanas y que, al mismo tiempo, nos permitiera entenderlas
como un todo orgánico (Cassirer, 2012, p. 108).
Como se aprecia, los postulados de Cassirer, a simple vista, se ale-
jan de la concepción de pedagogía previamente señalada. Sin embargo,
en el reconocimiento de la FFS como una metodología de investigación
que no solo se interesa por identificar los fundamentos del ser humano,
sino también de estudiar la cultura como el sistema normativo en donde
se habrá de impulsar el desarrollo humano, se dota de un sentido nuevo
a la filosofía que resulta mucho más cercano a lo propuesto por Natorp
(1905). Para mostrar el valor pedagógico de la propuesta cassireriana, se la
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revisa a la luz de la triple estructura antes definida: fundamentos teóricos
y prácticos, selección, y organización temática de contenidos formativos.
Respecto de los fundamentos encontramos en FFS la distinción
entre la constitución del conocimiento objetivo y las condiciones sub-
jetivas que lo posibilitan (Cassirer, 1998c, pp. 61-127). Con su maestro, el
filósofo de Breslavia coincide en que la constitución de un sistema general
de conocimiento depende de la diferenciación entre el conocimiento (Er-
kenntnis) y la percepción (Wahrnehmung). En su investigación se aclara
que si bien en El pensamiento mítico se había logrado establecer que la
percepción mítica del mundo (i. e. los relatos antiguos, las narraciones de
las tribus aborígenes, e incluso, las primeras manifestaciones cognitivas
de los infantes durante su proceso de crecimiento) son modalidades de
pensamiento válidas, ninguna de ellas se fundamenta en el acto puro del
aprehender, sino de la coordinación funcional de lo percibido subjetiva-
mente con una cosmovisión predefinida (Cassirer, 1998b, pp. 105-194).
La relevancia pedagógica de esto se encuentra en la descripción y delimi-
tación del proceso mediante el cual esta relación se cumple.
No es posible detenernos en los abundantes detalles y ejemplos que
Cassirer ofrece para argumentar cómo la conciencia individual, a partir
de la incorporación de categorías universales, paulatinamente diferencia
entre el mundo de la impresión aislada en la que vive el sujeto y el siste-
ma de las concepciones socialmente aceptadas. Esta adopción del sistema
de creencias es descrita por el neokantiano como un continuo enfrenta-
miento de la conciencia individual con la cosmovisión de la comunidad
(Cassirer, 1998b, pp. 220-270). Una función importante otorgada a ciertos
miembros de la comunidad tales como el sacerdote, el político o el docen-
te, es precisamente el resguardo y orientación del proceso de apropiación
de aquellos esquemas de pensamiento por parte de las nuevas generacio-
nes. En ese sentido, se puede advertir cómo la dualidad subjetividad” y
objetividad” se siguen manteniendo como los polos dialécticos del pro-
ceso de construcción del conocimiento, pero en lugar de concebirse como
esquemas rígidos que se aprenden únicamente siendo percibidos, el autor
manifiesta que el aprendizaje de dicho sistema responde a una dialéctica
que enfrenta la conciencia del sujeto con el mundo natural y de las ideas
constituidas por parte de la comunidad:
En los primeros estadios de la evolución […] el sentimiento de sí mismo
está todavía directamente fundido con un cierto sentimiento comunita-
rio mítico-religioso. El yo se siente y se conoce a sí mismo en la medida
en que se aprehende como miembro de una comunidad, en la medida en
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que se ve agrupado junto con otros en la unidad de una familia, de una
tribu o de un organismo social (Cassirer, 1998b, p. 220).
El mismo principio de formación lo encontramos en la adquisición
del lenguaje. De acuerdo con el autor, la gradual distinción entre la corpo-
ralidad y el mundo espacial personal adquiere una dimensión universal
en la medida en que el individuo adopta los esquemas lingüísticos ofreci-
dos por la comunidad. El proceso general de desarrollo del habla depende
de la capacidad del sujeto para reconocer un sistema general de sentido
constituido por un referente social que lo orienta y lo forma (Cassirer,
1998a, pp. 159-259). El ejemplo más ilustrativo que ofrece el autor es el
análisis del testimonio de Hellen Keller (1954, pp. 36-37) quien narra
cómo pudo incorporar un sistema de lenguaje de señas desarrollado por
una cierta comunidad, cuya función principal le permitía comunicar sus
experiencias individuales. El caso más conocido es cuando ella misma
relata el descubrimiento de cómo las primeras palabras aprendidas en
lenguaje de señas “water” y doll se convirtieron en los primeros obje-
tos materiales del mundo en transformarse en objetos espirituales que
poseían una codificación lingüística, pero que al mismo tiempo ofrecían
una mirada similar al resto de objetos del mundo; con esta experiencia se
iniciaba un camino nuevo de reconocimiento.4
A partir de estos resultados, Cassirer (1998b, pp. 268-270) sosten-
drá que es precisamente por este carácter formativo que se debe postular
la existencia de una modalidad de conocimiento en formas prelógicas o
no científicas. La importancia de este hallazgo es fundamental para la Pe-
dagogía pues implica que el conocimiento puro no se constituye única-
mente en la conformación del objeto, sino en todas las fases del proceso.
Esta novedad propuesta por el alumno se entiende mejor al recordar que
para Natorp (1905, pp. 11-13) el conocimiento puro es el resultado de
una construcción epistemológica sistemática que dependía, precisamen-
te, de un análisis lógico y epistemológico para incorporar a un fenómeno
percibido dentro de un sistema general de sentido. De acuerdo con ello,
entonces, la tarea de la pedagogía estaba determinada por el cumplimien-
to de los ideales formativos debidamente delimitados al inicio del proceso,
y únicamente en la medida en que estos fuesen alcanzados es cuando se
lograría describir un contenido como aprendizaje y como conocimiento.
Al respecto Sebastian Lu (2011, pp. 241-244) ha resaltado este
aspecto de la filosofía de Natorp —y del neokantismo de Marburgo en
general— manifestando que, para ellos, la constitución del objeto implica
un proceso constructivo en cuyo proceso de objetivación interviene un
modelo de referencia con el cual validar la objetividad misma de lo per-
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cibido, un papel que le corresponde a la ciencia. De acuerdo también con
Lu (2011, pp. 254-259), sin embargo, el proyecto neokantiano de Cassi-
rer contemplaba a la ciencia como su momento culmen, pero únicamente
como una fase final del proceso general, estableciendo la necesidad de
recurrir a una forma simbólica (que puede ser el mito, el lenguaje, el arte,
etc.). Esta aclaración de Lu es importante porque detalla la importancia
del proceso general en el proceso de las formaciones simbólicas, en lugar
de ubicar un momento específico como el momento fundante, en los tér-
minos como lo había propuesto Natorp (2015).
Ya el propio neokantiano, en la presentación general de su proyec-
to, remarcaba la importancia de mirar al proceso que cumple cada forma
en la cultura, en lugar de mirar una manifestación específica como el sen-
tido general desde el cual había que entender la totalidad:
La crítica de la razón se convierte así en crítica de la cultura. Trata de
comprender y mostrar cómo todo contenido de la cultura, en la medida
en que sea algo más que mero contenido aislado, en la medida en que
esté fundado en un principio formal universal, presupone un acto origi-
nario del espíritu (Cassirer, 1998a, p. 20).
Con esto, entonces, la FFS no puede entenderse únicamente como
justificación de la unidad coherente de los símbolos que se reúnen en
torno a una idea que los compila, sino también como la descripción del
proceso general de cómo el espíritu humano crea recursos para conocer
su entorno cultural.
Así queda determinado que el criterio de selección de contenidos”
es el mismo que había propuesto Natorp (1905) al establecer que era un
deber pedagógico apuntar a la totalidad de manifestaciones culturales.
En Antropología losóca, Cassirer (2012) manifiesta con toda claridad
que es únicamente en la unidad funcional de todos los símbolos como
será posible estudiar al ser humano, pues la fragmentación del conoci-
miento o la selección de una forma sobre otra implicaba la segmentación
de los contenidos que podían garantizar una visión amplia y profunda
del ser humano: “Parece reconocerse en general que el autoconocimiento
constituye el propósito supremo de la indagación filosófica […]. El cono-
cimiento propio [es] el requisito de la realización que nos conecta con el
mundo exterior a fin de gozar de nuestra verdadera libertad” (Cassirer,
2012, p. 15).
Para el filósofo de Breslavia, el estudio de los símbolos constituye la
vía y camino para que el ser humano desarrolle todas sus facultades. Pero
no hace descansar en el acto psicológico de conocer (en la cognición)
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la base de esta tarea, sino que incluye un valor formativo en el proceso
dialéctico del conocer, en el acto de confrontarse con la comunidad, con
sus formas, con sus concepciones, el momento más importante de todo
este desarrollo crítico. Así entonces, con la designación de la totalidad
de las modalidades de la cultura como la selección de los contenidos el
autor establece una selección que implica, al mismo tiempo, una forma
de estudio, pues solo en el auténtico encuentro con la cultura es como el
ser humano se realiza a sí mismo: “La cultura humana, tomada en su con-
junto, puede ser descrita como el proceso de la progresiva auto-liberación
del ser humano (Cassirer, 2012, p. 333). Esto es así porque implica una
apertura y búsqueda genuina de la individualidad que somos, pero, sobre
todo, del sentido general propuesto y aprendido comunitariamente.
Finalmente, respecto de la organización de contenidos, Cassirer
ofrece una ruta de jerarquización dividida en tres partes. Con Natorp
(1905), acepta que esta fase de formación depende de una deducción de los
principios generales definidos y delimitados por una filosofía de la cultura,
pero en lugar de suponer una acción guiada únicamente por un modelo
cientificista, en la FFS encontramos que el proceso general se desenvuelve
en tres funciones generales: expresivo, representativo y significativo. Con
la distinción de estos momentos, como se comen, la principal novedad
pedagógica que se introduce es reconocer que en cada fase de formación
encontramos ya un modo valido de conocimiento y, por tanto, de aprendi-
zaje. Al reconocer nuevas modalidades lógicas de conocimiento en el mito,
el lenguaje y la ciencia, se introduce la tesis general de comprender a cada
momento como un momento de aprendizaje diferenciado.
Así entonces, la organización de los contenidos ahora depende,
tanto de la finalidad educativa, como de la estructura general de cada
sección, de cada materia o temática que se esté impartiendo. Cada esfera
del proceso adquiere un valor propio e independiente, puesto que se trata
de la manifestación dentro de una función general del espíritu: la forma
cultural no significa solo la suma o posterior compendio de los fenóme-
nos [y contenidos] particulares de este campo, sino la ley que condiciona
su estructuración (Cassirer, 1998a, p. 21). Solo en el reconocimiento de la
unidad armónica de cada símbolo como un contenido general que debe
ser enseñado a partir de su lógica interna, pero también, a partir de la fun-
ción general que unifica las distintas formas simbólicas es como se podrá
elaborar un proyecto pedagógico cuyo propósito sea la unidad armónica
de todas las manifestaciones culturales.
Con todo esto se puede definir qué entienden Natorp (1905) y
Cassirer (1998c) por metodología pedagógica. Tres son las cuestiones bá-
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sicas a tomar en cuenta: los fundamentos losócos y psicológicos con los
cuales fijamos los ideales educativos hacia los cuales queremos orientar
la formación, la selección de los contenidos que permitirán lograr el cum-
plimiento pleno de dichos ideales y un método de organización de los
contenidos particulares. La fundamentación de esto último encuentra di-
ferencias importantes entre ambos autores. Para Natorp (1905), la ciencia
es el modelo general de referencia que define el modo de proceder, por lo
que es comprensible que sea una fisiología del desarrollo o una psicología
experimental la que determine los procedimientos formativos idóneos.
En cambio, para Cassirer (1998c), cada forma simbólica cumple una fun-
ción particular y, por ende, opera de acuerdo con su propia metodología,
sin por ello desvincularse de una función cultural común. La propuesta
pedagógica que se deriva de ello es una evaluación crítica de los distintos
símbolos con el fin de determinar el grado de relación que cada uno man-
tiene con el sistema general desarrollado por la comunidad.
Fundamentos culturales de la pedagogía
En la fundamentación que Natorp (1905) ofrece de la tarea pedagógica,
establece tres grandes bloques de referencia: la formación del sujeto, los
medios culturales de formación y el campo o condiciones del proceso for-
mativo. Se revisa, a continuación, cada uno por separado.
Respecto de la formación del sujeto, el autor propone la atención a
dos facultades: el intelecto y la voluntad. Del primero establece como re-
curso objetivo de referencia a la ciencia (Wissenscha) como el sistema a
tener en cuenta en la conformación y delimitación de contenidos de for-
mación. La finalidad de este recurso es diferenciar entre el mundo de las
impresiones simples del mundo de sentido configurado científicamente.
El propósito es garantizar que el programa de enseñanza se sustente de
formas objetivas:
La misma ley básica regula también el desarrollo general del conoci-
miento teórico [se extiende] necesariamente al desarrollo de la huma-
nidad […]. Y así, de esta ley fundamental, de la división natural de cada
acto individual de la comunicación del saber […] resulta también, en
general, la organización del contenido de la educación, es decir, la meto-
dología de la enseñanza en su conjunto y en cada parte distinta (Natorp,
1905, p. 14).
Con la determinación de la esfera intelectual a partir de los conte-
nidos de la ciencia, como se aprecia, se logra un plan de contenidos forma-
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Fundamentos losócos para una pedagogía de la cultura
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tivos para la estructuración del plan de enseñanza, con lo que se establece,
además un criterio de formación didáctico; la formación del intelecto no
solo implica la compilación de conocimientos, sino que, además, contribu-
ye a la jerarquización, estructuración y ordenación temática de los resulta-
dos científicos, para la articulación de un plan de enseñanza y aprendizaje.
Para Natorp (1905), de este modo, se cumplen dos objetivos importantes:
garantizar la objetividad del conocimiento, al apoyarse de los avances cien-
tíficos, y el aseguramiento de un modelo de enseñanza crítico, toda vez que
se ordena el contenido a la lógica científica de la materia.
Establecido así el programa de formación del intelecto, correspon-
de fijar los criterios para la formación de la voluntad. El problema espe-
cífico para esta facultad es el marco teórico del que parte para la toma de
decisiones, por ende, para el autor, la configuración de los contenidos a
partir de los resultados de la ciencia, permitiría la delimitación de un plan
formativo hacia el cual impulsar las decisiones: “La ley del desarrollo, es
decir, también de la formación del entendimiento [der Bildung des Vers-
tandes], se transfiere al mismo tiempo con toda precisión al desarrollo,
es decir, a la formación de la voluntad [der Bildung des Willens] (Natorp,
1905, p. 18). Con ello, el programa general queda vinculado y correlacio-
nado: intelecto y voluntad se forman unitariamente a partir de la deli-
mitación de contenidos definidos por el progreso y avance de la ciencia.
Respecto de los medios culturales de formación, Natorp (1905)
propone la conformación de una multiplicidad de recursos que acom-
pañen el proceso formativo. El primero de ellos corresponde a el arte y
la formación estética (Die Kunst und die äesthetische Bildung); respecto
del primero, se trata de un programa organizado filosóficamente para de-
limitar la finalidad a la que debe llegar el acto creativo del educando. Si
bien se ha de impulsar la libre creación del espíritu, esto debe permitirse
en la medida en que los contenidos artísticos —definidos por las técnicas
y objetivos del propio arte en cuestión— se vayan alcanzando (Natorp,
1905, pp. 18-20).
El segundo medio cultural remite a “la formación religiosa (Die
religiöse Bildung), cuyo propósito es triple:
Enseñar los fundamentos de la vida del ser humano individual
(yo) y la relación que este guarda con una concepción divina
(lo otro).
Manifestar la importancia de moldear la propia voluntad a de-
signios y convicciones dogmáticas.
La formación de una conciencia espiritual.
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El autor reconoce y acepta la complejidad de una enseñanza como
esta, dentro del entorno escolar, pues se pretende alcanzar el mismo obje-
tivo de formar en la libertad, pero evitando todo contenido dogmático. El
argumento central del filósofo es manifestar que todo acto de liberación
espiritual proviene de la concepción de una realidad suprema en donde
cada ser humano actúa de acuerdo con su naturaleza. La recomendación
más importante es elegir la religión como un contenido, pero sin por ello
entrar en conflicto con ninguna propuesta (Natorp, 1905, pp. 20-23).
Como se aprecia, los medios culturales complementan el progra-
ma de contenidos formativos proveniente de las ciencias, permitiendo al
sistema escolar una fuente triple de conducción:
La inteligencia y la voluntad se orientan objetivamente a través
de los resultados de las ciencias.
El arte permite la libre creación del educando, pero se ordena a
una técnica y producción artísticas.
La promoción de una práctica religiosa favorece la ordenación
del intelecto a un programa dogmático y la regulación de la
voluntad a partir de un sistema de creencias que impulsen a la
búsqueda y vivencia de la libertad (Natorp, 1905, pp. 23-26).
Finalmente, respecto del campo o condiciones del proceso formati-
vo, para el autor considera que: Toda actividad educativa se desarrolla en
el terreno de la comunidad (Natorp 1905, p. 23), ello implica, entonces,
que es en la interacción con otros individuos como estos contenidos se
aprenden. En ese sentido, la determinación de los contenidos no se realiza
por elección individual del docente, sino que reconoce en la comunidad
científica un consenso de resultados que deben transmitirse, lo mismo
para el arte en lo que respecta a la formación de la libre imaginación, la
determinación de los límites creativos, así como la elección de los mejores
recursos para su expresión, es delimitada por la comunidad artística, lo
mismo para la formación religiosa; en todos los casos es la comunidad a
la que le corresponde delimitar los mejores procesos de interacción.
El papel del pedagogo, por ende, se orienta a la síntesis de lo diver-
so y a la conducción de los educandos en aquellos contenidos culturales
comunitariamente aceptados. El proceso didáctico está compuesto por
tres momentos importantes: primero, la estabilización de los contenidos
a través de la repetición o la memoria; el segundo paso sigue el mismo
procedimiento que la deducción o la inducción silogística, habiendo
memorizado los contenidos, no queda más que razonar los contenidos
científicos siguiendo su patrón lógico, finalmente; el tercero implica una
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síntesis e incorporación de nuevos contenidos siguiendo el mismo patrón
previo (Natorp, 1905, pp. 26-28).
Esta descripción didáctica, como se dijo, si bien es impulsada por
el pedagogo en su calidad de individuo, no queda sujeta a la libre decisión
individual, sino que debe orientarse por la vida social de la comunidad.
Pero esta última, a su vez, debe ordenarse a un principio regulador que
permita la conducción organizada y plena de todas las capacidades de los
individuos, pues no se puede atender a cada educando pensando en su
singularidad, sino en lo que lo constituye como un miembro comunitario.
Por ello, para Natorp (1905), la cualidad más importante de lo pedagógico
está en su estructuración dentro de un sistema político que le permita re-
gular las acciones particulares, nutrirse del desarrollo científico, artístico
y religioso, con el cual conducir a todos los educandos por igual: “Esto,
sin embargo, presupone una educación profunda que impregne toda la
vida social y cuyo desarrollo ordenado sea, por tanto, el último y más alto
requisito de una vida social eficiente (p. 29).
Esta restructuración de la organización social a partir del Estado
sigue su propio patrón lógico de organización, que para Natorp (1905), se
centran en tres grupos de actividades formativas:
La orientación y educación de las conductas materiales se orde-
na gracias a la economía.
La ordenación de las acciones públicas y de vida en comunidad
responde a regulación jurídico-políticas.
El cultivo de la razón social responde a la educación formal
propiamente dicha.
Buena parte de las acciones específicas pueden formarse solo den-
tro de las pequeñas sociedades institucionalmente reconocidas, es decir:
el hogar, la escuela y las asociaciones públicas; cada una de ellas debe
otorgar las herramientas para la promoción de una convivencia entre los
miembros de cada una de dichas instituciones, pero también dentro de la
vida comunitaria. El objetivo general es favorecer la vida productiva tanto
en lo que respecta a la voluntad e interés de hacerlo, como desarrollar las
habilidades y la enseñanza de las herramientas necesarias para desempe-
ñar una actividad profesional que sea de beneficio público (Natorp, 1905,
pp. 30-31). Estos son, en conjunto, los fundamentos y visión pedagógica
del autor.
En el caso de Cassirer (1998c) se advierte el mismo tratamiento
de estas cuestiones, pero colocado en una dimensión distinta: el cono-
cimiento del singular y sus relaciones con el universal. Para este autor,
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la propuesta de su maestro dilucidaba cómo era posible determinar la
pertinencia lógica y, puede agregarse, pedagógica al momento de valorar
una actividad subjetiva como válida objetivamente. La solución propues-
ta en la FFS establecía reconocer en cada símbolo una modalidad de com-
prensión propia y única desde la cual estructurar una ruta de orientación
culturalmente válida. Con ello, la tarea general del proceso formativo se
abocaría, en primera instancia, a definir la naturaleza propia de cada sím-
bolo, para luego impulsarlo de acuerdo con sus condiciones ideales.
Para Natorp (1905), como vimos, al definir las condiciones del pro-
ceso formativo, determinaba que era labor de ciencias como la economía,
la política o el derecho determinar la situación normativa que luego los
padres de familia, los docentes o los responsables de las instituciones pú-
blicas, debían promover dentro del hogar, la escuela o en cualquier esfera
social de trabajo. Cassirer, por su parte, desarrollaría la misma tarea al
detallar el papel que símbolos como el mito, el lenguaje o la ciencia cum-
plían dentro del proceso de conformación de la realidad cultural. Este
mismo autor, en Fenomenología del conocimiento, plantea que:
Nosotros solo podemos captar [la] realidad en la peculiaridad de [las]
formas […]. La función del pensamiento no debe reducirse a expresar”
el ser […]. el pensamiento se siente capaz de hacer frente a la realidad;
alberga la convicción y cree poseer la seguridad de que puede agotar su
contenido. Aquí no debe ni puede seguir habiendo ninguna barrera in-
franqueable, pues el pensamiento y el objeto al cual el primero se dirige
son una misma cosa (Cassirer, 1998c, p. 12).
De este modo, lo universal se articula con lo singular como un pro-
ducto relacional intelectual, acto en el cual se cumplen distintas reglas y
tareas psicológicas que permiten la reunión de lo general con lo particular
por medio de relaciones funcionales. El valor pedagógico de esta asevera-
ción corresponde a la necesidad de ubicar los fundamentos ideales a través
de los cuales es posible la expresión del ser”, pues de otro modo, la filosofía
misma no podría referirse a realidad alguna de modo consistente. Buena
parte de las descripciones fenomenológicas de cada uno de los volúmenes
de la FFS tiene precisamente esta intención: ofrecer una evidencia empíri-
ca del proceso general de formación cultural del conocimiento.
En ese sentido, se puede decir que para este autor el principio
pedagógico más importante —pues de este se deriva toda la actividad
posterior— es el establecimiento de una “ley” que determine el criterio
para cualificar a los casos individuales como acciones ideales cultural-
mente y el único camino viable para lograrlo es delimitando el papel y las
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Fundamentos losócos para una pedagogía de la cultura
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funciones de cada forma simbólica: Esto resulta posible creando reglas
de correlación fijas y universalmente válidas entre [los datos singulares],
sometiendo a ciertas leyes la coexistencia en el espacio y la sucesión en
el tiempo (Cassirer, 1998c, p. 370). De acuerdo con esto, la constitución
de normas generales que regulen el proceso de construcción del conoci-
miento encuentra en los diversos símbolos culturales —y no exclusiva-
mente en la ciencia— formas independientes, pero interconectadas, de
validación. Así, lo uno y la unidad aparecerá como interacción dialéctica
en el marco de un sistema cultural que progresa fenomenológicamente en
cada una de sus formas particulares de conocimiento.
El sentido general impreso por Cassirer (1998c) a su proyecto,
comenzaba con la percepción del mundo natural y la infinitud de sus
singularidades hasta llegar al desarrollo y establecimiento de las ciencias
físico-matemáticas como su meta más alta. La descripción de este cami-
no, si bien recurre a categorías filosóficas para constituirse, es claro que
el sentido del progreso espiritual no puede entenderse de otro modo más
que a partir de un desarrollo formativo de la cultura y, por ende, bajo
una visión pedagógica (Calvo, 2023). Hay que recordar que la exigencia
primaria que impulsa este camino fenomenológico es el conocimiento, el
cual solo puede alcanzarse en la medida en que la impresión simple del
mundo se apropie de los recursos intelectuales de la cultura, y para ello
solo queda el camino de la formación cultural, un camino detalladamente
descrito por su maestro Paul Natorp (1905).
Hacia una pedagogía de la cultura desde Natorp y Cassirer
De entre las múltiples referencias a las que podemos remitir para encon-
trar un fundamento común de ambos autores, es necesario entender que
tienen como punto común la visión kantiana de la pedagogía. En la aper-
tura de su tratado encontramos ya la siguiente afirmación: El ser huma-
no es la única criatura que ha de ser educada. Entendiendo por educación
los cuidados [sustento, manutención], la disciplina y la instrucción, jun-
tamente con la educación. Según esto, el ser humano es niño pequeño,
educando y estudiante (Kant, 1983, p. 29). De acuerdo con Ortiz Soriano
(2023), esta propuesta kantiana puede llevarse a pleno cumplimiento en
la medida en que agentes sociales intervienen para el desarrollo de las
habilidades y herramientas indispensables para lograr una apropiación
de los ideales constituidos comunitariamente; en ese sentido, es papel del
Estado impulsar y orientar estas acciones:
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El papel del Estado en la educación consiste en cultivar y educar a los
hombres, al pueblo, y percatarse de que si no se cubren los ámbitos nece-
sarios para la educación integral (disciplina, culturización civilización, y
moralización), eso repercutirá de manera negativa al alejarnos del per-
feccionamiento de la humanidad (p. 167).
Esta visión, a decir de la autora, debe traducirse en la conformación
de una propuesta curricular que permita la configuración de un marco
formativo que haga efectivas las tareas del Estado en la conformación de
esta visión formativa. Esta propuesta kantiana, como se aprecia, no solo
ofrece una visión de los fundamentos ideales que deben regular la edu-
cación, sino que también establece una actividad específica en la confor-
mación de dichos ideales. A diferencia de esta visión kantiana que abarca
la totalidad de aristas, en el caso de los así denominados neokantianos,
encontramos una visión más teórica respecto de su propuesta pedagógi-
ca, pero que también ofrece análisis prácticos de los procesos educativos
como podremos apreciar hacia el final de este apartado.
Retomando el trabajo de Natorp (1905), es importante mencionar
que luego de la primera edición, ofreció una segunda ampliada y que hoy
conocemos como Curso de pedagogía social (Natorp 1975), cuya tesis cen-
tral es que la pedagogía, en tanto ciencia de la educación, debe orientar su
actividad formativa a partir de una esfera objetiva y otra subjetiva. La ob-
jetiva estaría constituida por las disciplinas filosóficas: lógica (teoría de los
principios), la estética (teoría de la percepción y de la buena técnica) y la
ética (teoría de la conducta moral); la dimensión subjetiva, por otro lado,
estaría constituía por un estudio crítico de las condiciones psicológicas
que permiten orientar la voluntad (Natorp, 1975, pp. 106-109). Con esta
estructura, la finalidad del autor es delimitar tanto el marco teórico como
la metodología mediante la cual es necesario orientar el proceso educativo.
La finalidad última de estas esferas subjetiva y objetiva, según este
autor, es delimitar los contenidos de la educación, los cuales son definidos
del siguiente modo: “Nosotros usamos la palabra cultura para la ‘forma-
ción en un sentido objetivo, para la formación de los mundos objetivos
[…] el contenido de la educación, presentado objetivamente, se confunde
con el contenido de la cultura: es uno y el mismo (Natorp, 1975, p. 110).
Como se aprecia, para el autor, el proceso formativo se encuentra funda-
mentado por la lógica, la estética y la ética, orientado por la psicología
en lo que respecta al desarrollo de la voluntad, pero delimitado por el
desarrollo de los contenidos culturales. Aunado a esto, él mismo agrega
que por contenidos culturales a de entenderse: La cultura científica, la
moral y la estética (Natorp, 1975, p. 110).
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Fundamentos losócos para una pedagogía de la cultura
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Estas delimitaciones son importantes, pues manifiestan que la
labor pedagógica no se concentra únicamente en la descripción de las
condiciones en las que el educando aprende y desarrolla nuevas habili-
dades, sino que implica la comprensión de los conocimientos producidos
culturalmente y que deben ser enseñados a las nuevas generaciones. En
ese sentido, el concepto de pedagogía, en Natorp (1975), implica una vi-
sión que favorece la integración de las manifestaciones de la vida del ser
humano, pues es en la totalidad de las acciones sociales que podemos
delimitar los contenidos educativos por transmitir. Aunado a esto, el au-
tor agrega: Toda actividad educadora se realiza sobre la base de la co-
munidad. El individuo humano aislado es una mera abstracción, como el
átomo de la Física […] por tanto, todo contenido de la educación humana
es en sí mismo comunal (Natorp, 1975, p. 118).
Como se aprecia, el concepto natorpiano de pedagogía se encuen-
tra íntimamente ligado al desarrollo y progreso cultural, en ese sentido,
puede sostenerse que todo acontecimiento histórico que favorezca el
avance humano, se torna un contenido propiamente educativo. En este
punto es importante reiterar que la propuesta pedagógica del autor se
encuentra ligada a su propia concepción de filosofía, la cual es conce-
bida como una teoría del ser cuya metodología de investigación impli-
ca la construcción de los fundamentos lógicos que permiten definir y
delimitar los contenidos epistemológicos de las ciencias (Natorp, 2015,
pp. 198-199). De acuerdo con la concepción de este autor, el contenido
de las ciencias exactas (matemática, física, química, biología, etc.) consti-
tuían auténtico marco conceptual en el que el ser humano podía confiar
para definir una afirmación como conocimiento. En ese sentido, enton-
ces, conocer significaba demostrar la pertenencia de un contenido a una
ciencia cuya metodología justificara la validez de un postulado. Así, la
pedagogía se erigía como la ciencia de la formación [Bildung], esto es, el
fundamento teorético para distinguir las cuestiones referentes a la edu-
cación [Erziehung] y a la enseñanza [Unterricht]” (Natorp, 1975, p. 105).
Con esta delimitación, lo que el autor proponía era la constitución de los
principios lógicos con los cuales evaluar en qué grado el acto de creci-
miento y desarrollo de nuevas habilidades en los estudiantes podía ser
considerado como formación o educación, y en qué medida debía ser
considerado un acto de adaptación.
Así, la propuesta general de Natorp (1905; 1975), en sus dos tra-
tados sobre la pedagogía, se orienta a sistematizar una ciencia (Wissens-
chaen) con la cual fuese posible estudiar tanto la identidad de la educa-
ción como del marco general de desarrollo en la que debía insertarse. Por
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ello, al establecer que se trataba de una actividad cuyo centro es la cultura,
establecía tanto su fundamento como su finalidad, pues solo en la interac-
ción del ser humano con su historia y la comunidad, es como sería posible
medir el grado y desarrollo del proceso de educación.
Como ya se ha mencionado previamente, a diferencia de Natorp, en
Cassirer no es posible encontrar un tratado pedagógico o estudio sobre el
proceso de la educación. Sin embargo, en sus diversos tratados antropo-
lógicos encontramos los elementos teóricos suficientes para construir una
teoría de la formación. La obra más conocida a la que podemos remitir es
An essay on man, An Introduction to a Philosophy of Culture, traducido a
nuestro idioma como Antropología losóca: una introducción a la loso-
fía de la cultura, cuya tesis central es que el ser humano, a través de la his-
toria, aunque ha sido definido como un animal racional” (restringiendo
con ello sus capacidades a sus habilidades cognitivas) en su lugar, puede
definirse como un animal simbólico (Cassirer, 2012, p. 49). Esta nueva
definición del ser humano a partir del símbolo, a decir de este autor, ofrece
una visión más amplia y variada de opciones desde la cual comprender la
auténtica realidad en la que se mueve y desarrolla el ser humano. Con este
nuevo enfoque se vuelve necesario reconsiderar el marco interpretativo de
la vida humana, pues ahora, ya no se trata de estudiar al sujeto como un
ser aislado o una realidad individual, sino que debe asumirse la totalidad
de expresiones y manifestaciones de su vida activa en sociedad:
La característica sobresaliente y distintiva del ser humano no es una na-
turaleza metafísica o física, sino su obra. Es esta obra, el sistema de las
actividades humanas, lo que define y determina el círculo de humanidad
[…]. Una antropología filosófica sería, por tanto, una filosofía que nos
proporcionara la visión de la estructura fundamental de cada una de las
actividades humanas y que, al mismo tiempo, nos permitiera entender-
las como un todo orgánico (Cassirer, 2012, p. 108).
Con esta propuesta, lo que el autor propone es una concepción
unitaria de la esencia del ser humano. En lugar de asumir al sujeto como
un ser singular y aislado, asume a la cultura como el centro y unidad en
el que la cualquier acción, por más aislada que esta pueda parecer, cobra
sentido en el entramado cultural. Esto resulta significativo pues solo en
el acompañamiento y orientación de los nuevos miembros es como una
acción puede interpretarse y lograr un significado específico. Un ejemplo
de esta afirmación el autor propone en su ensayo titulado “La forma del
concepto en el pensamiento mítico, en donde explica cómo en las tri-
bus aborígenes australianas la concepción del mundo dependía de dos
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cuestiones: primero, de la tribu a la que los miembros de la comunidad
pertenecían y, segundo, del espacio geográfico que dicha tribu ocupaba
en el entorno. Lo relevante de este ejemplo es que, según lo reportado por
el neokantiano, dicha división ocurría en virtud de un auténtico proce-
so cultural, pues la delimitación territorial ocurría como el resultado de
poner un bastón en el suelo, en dirección exactamente este. Tal bastón
dividía todo el espacio en dos mitades, superior e inferior, norte y sur, una
de las cuales designaba como lugar del grupo krokitch, y la otra como el
grupo gamutch (Cassirer, 1975, p. 31).
Si bien el ejemplo resalta los rasgos propiamente etnográficos (pues
describe los procesos de organización social de grupos aborígenes austra-
lianos), al mismo tiempo resalta las condiciones lógicas generales desde
los que parten los contenidos educativos de este grupo. Cada comunidad
era responsable de transmitir a las nuevas generaciones los limites es-
paciales definidos entre los representantes de cada grupo, pero no solo
ello, asociar, también, a cada espacio, las tareas, funciones y costumbres
propios de cada grupo. Cada tribu respondía a una cosmovisión religiosa
única, asociada a un sistema totémico y ritualístico propio que debía ser
respetado y promovido entre las nuevas generaciones, haciendo que cada
grupo fuese responsable de impulsar un modo de vida propio y vinculado
a la visión particular de cada región geográfica (Cassirer, 1975, pp. 31-33).
Este caso, propuesto por Cassirer (1975), manifiesta de un modo
práctico la visión pedagógica a la que Natorp (1975, p. 110) se refería
cuando decía que todo acto educativo era, en esencia, una actividad cul-
tural. No existe actividad alguna que pueda mantenerse y considerarse
como una expresión representativa de una comunidad sin gozar de un
proceso formativo que describa su proceso de enseñanza y apropiación
por parte de la comunidad. Para Cassirer (1975), casos como el de la tri-
bu australiana previamente mencionado, manifiesta que en estos grupos
aborígenes: Todo se halla fijado por la estructura mito-sociológica de la
imagen del universo de modo tan preciso, que no solo se equipara a las
prescripciones y las leyes escritas, sino que en cuanto a fuerza obligatoria
inmediata las supera con mucho (p. 35). Como se aprecia en esta cita
anterior, la cosmovisión general constituida por la comunidad, aún bajo
modalidades míticas, se traducen en la base y molde a través del cual se
regulan todas las acciones de estructuración social, política, religiosa, ar-
tística y, podemos agregar, pedagógica, ya que toda forma de proceder se
supedita a una visión general de mundo.
Estas mismas ideas las vemos ampliadas y profundizadas en el se-
gundo volumen de la FFS dedicado a El pensamiento mítico, donde el
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autor establecía lo siguiente: “La conciencia mítico-religiosa no resulta
simplemente del estado fáctico de la forma social, sino que es una de las
condiciones de la estructura social, uno de los factores más importantes
del sentimiento y de la vida en comunidad (Cassirer, 1998b, p. 222). Con
ello, nuevamente se aprecia que toda estructura social se encuentra vin-
culada a una forma simbólica que, dado su carácter cultural, impregna
cada aspecto de la vida pública condicionado los procesos formativos.
Este mismo principio se extiende al resto de formaciones simbólicas ha-
ciendo que el lenguaje, la historia, el arte o la ciencia, puedan desarrollarse
en virtud de una estructura de interacción social.
La implicación pedagógica de esta visión no puede ser otra más que
la concepción de la formación como un proceso social que se encuentra
condicionado por la forma general del símbolo imperante. En ese senti-
do, siguiendo Fenomenología del conocimiento (Cassirer, 1998c), es posible
sostener que la generación de todo contenido epistemológico depende de
las propias formas constituidas por la comunidad. Ello implica entonces
que para garantizar la generación de nuevas conductas es necesario que
todo nuevo contenido fomente en el educando, un sistema de aprendizaje
coherente con el propio sistema que se quiere impulsar. Dicho, a modo de
ejemplo, el aprendizaje del arte debe favorecer el desarrollo de habilidades
artísticas fomentando la propia práctica artística; si fuese la enseñanza de
la historia, es necesario favorecer prácticas que favorezcan la experiencia
de los sucesos históricos; y lo mismo para el resto de las formaciones sim-
bólicas. En ese sentido, el proceso formativo se torna una acción eminen-
temente práctica, pero reconociendo la importancia de las propias estruc-
turas y formas culturales en las que cada forma se desenvuelve. Como el
autor sostenía en su tratado de Antropología losóca: en las formas sim-
bólicas el ser humano descubre y prueba un nuevo poder, el de edificar
un mundo suyo propio, un mundo ideal. [Cada símbolo] se completa y
complementa, pero cada uno de los abre un nuevo horizonte y muestra un
nuevo aspecto de lo humano (Cassirer, 2012 p. 334).
En conjunto, se puede apreciar un complemento teórico en ambas
visiones pedagógicas. Mientras que en Paul Natorp (1905; 1975) encon-
tramos el marco teórico general en el que se desarrolla el proceso de la
educación, en Cassirer (1975; 1998c; 2012) encontramos las condiciones
antropológicas en las que dicho acto educativo ocurre. Al señalar que el
ser humano es un animal simbólico (Cassirer, 2012, p. 49) advertimos
una naturaleza que requiere ser formada y educada, con recursos objeti-
vos y subjetivos, como los que ofrece la ciencia de la formación (Natorp,
1975, p. 105).
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Philosophical foundations for a pedagogy of culture
Conclusiones
El objetivo del presente artículo proponía una lectura pedagógica de la
FFS de Cassirer, especialmente de su volumen Fenomenología del cono-
cimiento. Se mostró que uno de los fundamentos centrales considerados
por el autor fue la psicología crítica de su maestro Paul Natorp (1905). A
lo largo del trabajo, sin embargo, se mostraron las coincidencias temáticas
y metodológicas desarrolladas en el tratado de la Pedagogía general del
segundo. Si bien no se dieron detalles de por qué el filósofo de Breslavia
no incluyó en sus estudios sobre el símbolo la teoría natorpiana de la
formación, se pudo mostrar cómo la crítica de la cultura propuesta ple-
namente en Antropología losóca contiene fundamentos esenciales para
el desarrollo de una Pedagógica de la cultura, presentada y articulada por
el maestro.
Particularmente se hizo notar la concepción pedagógica de Natorp
(1905). Centralmente se resaltó lo siguiente: para el autor, la pedagogía es
la ciencia cuyo objeto es doble: la educación (en cuanto proceso natural
de crecimiento) y formación (en cuanto a la determinación ideal del fin
de la educación). Para la fundamentación de sus principios se distingue
entre dos fuentes: la filosofía para determinar los principios objetivos y
leyes generales que guían la intervención y la Psicología para determinar
los principios operativos subjetivos. Para él, los contenidos educativos de-
ben derivarse del desarrollo de la ciencia y organizarse dentro del entorno
escolar para una mejor estructuración y jerarquización de los contenidos.
Ello no implica que otros entornos como la vida del hogar o la vida co-
munitaria no puedan participar, por el contrario; en el primero se deben
desarrollar habilidades específicas como la apropiación de una lengua, re-
glas de convivencia, y algunas capacidades practicas; en la vida pública se
deben formar habilidades vinculadas con el respeto y seguimiento de nor-
mas jurídicas. Actividades complementarias para la promoción de una pe-
dagogía cultura provienen de una continua formación artística y religiosa.
La propuesta de Cassirer (1998c), por su parte, propone un esque-
ma similar al de su maestro, pero poniendo especial énfasis en el desa-
rrollo fenomenológico de las formaciones simbólicas. Para el autor cada
símbolo cumple una función particular (expresión, representación o sig-
nificación) a partir de la cual dota de sentido las unidades particulares.
Pero el sentido general de cada símbolo, a pesar de lo dispar o ajeno que
pueda resultar entre sí (i. e. mito y ciencia, lenguaje e historia, arte y eco-
nomía) en todos ellos se establece una forma común de progreso que
implica un modo general de desarrollo. Si bien para el neokantiano este
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avance del espíritu está constituido por un devenir histórico, en el infor-
me y detalles que ofrece en su obra magna se aprecia cómo el mito, len-
guaje y ciencia se articulan en torno a una función general que determina
si progresión y evolución solo en la medida en que los miembros de la co-
munidad interactúan, se apropian de las reglas generales y las incorporan
en su continuo modo de actuar. En ese sentido, se trata de una modalidad
de acción cultural que depende de un proceso formativo que permite a
cada símbolo operar de acuerdo con su propia peculiaridad, pero ordena-
do a un ideal cultural que lo orienta a su plena realización.
De este modo, se puede advertir un trasfondo pedagógico en el
desarrollo de las formas simbólicas, pues al igual que la teoría de la for-
mación de Natorp (1905), que proponía educar conductas ideales en los
educandos, en el caso de Cassirer (1998c) el desvío o desarticulación
respecto de su forma general invoca de la filosofía la responsabilidad de
reconducir la desviación a su unidad funcional y, por ende, a una forma
general de cultura, una acción claramente pedagógica, según lo dicho por
Natorp (1905).
Notas
1 Las obras de ambos autores han sido consultadas en alemán y en español, pero se
cita únicamente la edición española en el caso de Cassirer y la edición original en el
caso de Natorp. Todas las traducciones son mías, a menos que en la bibliografía se
indique lo contrario.
2 Es importante subrayar que cuando Cassirer remite a Hegel lo hace, particular-
mente, a la Fenomenología del espíritu, por lo que dicha aclaración implica un inte-
rés puramente filosófico y no pedagógico (Lu, 2011); sin embargo, es interesante
la aclaración de Arsenio Ginzo (2015, pp. 13-17) sobre la dificultad de separar la
pedagogía de la filosofía en Hegel, ya que para él dicha división no es tajante. El
presente trabajo no permite profundizar en estas cuestiones por lo que queda para
un trabajo futuro ampliarlas.
3 Algo que se hará evidente en el conjunto de este tercer apartado es que cuando
Natorp habla de la psicología como la ciencia de la subjetividad no elimina su
carácter científico, únicamente manifiesta que aquella es la encargada del estudio de
la realidad del ser humano y sus condiciones emocionales, volitivas y cognitivas en
el individuo. Por ende, considera que esta trata de contenidos del sujeto (subjetivi-
dad), sin por ello desligarse de procedimientos de estudio experimentales y obser-
vaciones sistemáticas de las conductas. Una cuestión importante adicional a tener
en cuenta es reconocer que ya en Natorp encontramos una independencia entre
la ciencia filosófica (estudio lógico de los fundamentos de la realidad) y la ciencia
psicológica (estudio lógico de los fundamentos del ser humano y sus conductas). El
desarrollo y detalle de la importancia de estos último queda para otro momento.
4 El testimonio de H. Keller (1954) es bastante ilustrativo al respecto: “We walked
down the path to the well-house, attracted by the fragrance of the honeysuckle
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with which it was covered. Someone was drawing water and my teacher placed my
hand under the spout. As the cool stream gushed over one hand, she spelled into
the other the word water, first slowly, then rapidly. I stood still, my whole attention
fixed upon the motions of her fingers. Suddenly I felt a misty consciousness as of
something forgotten a thrill of returning thought; and somehow the mystery of
language was revealed to me. I knew then that “w-a-t-e-r” meant the wonderful cool
something that was flowing over my hand. at living word awakened my soul, gave
it light, hope, joy, set it free! ere were barriers still, it is true, but barriers that could
in time he swept away” (p. 36)
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Fecha de recepción: 7 de julio de 2023
Fecha de revisión: 15 de septiembre de 2023
Fecha de aprobación: 20 de noviembre de 2023
Fecha de publicación: 15 de julio de 2024