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AULA, LENGUAJE Y EDUCACIÓN

Classroom, language and education

Guillermo Urgilés Campos [1]
Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador, Ecuador

AULA, LENGUAJE Y EDUCACIÓN

Sophia, Colección de Filosofía de la Educación, núm. 20, 2016

Universidad Politécnica Salesiana

Recepción: 05 Marzo 2016

Aprobación: 05 Mayo 2016

Resumen: La educación es un proceso vital que compromete toda la vida de la persona. La escolaridad es una parte de este proceso, pero no la más importante ni la única. Tiene peso porque durante este tiempo se sistematizan y estructuran ciertos saberes, sin embargo, poco se hace en la formación de la persona y en su proyecto vital. Todo proceso educativo se fundamenta en la relación interpersonal y en la consolidación del proyecto personal dentro de un grupo social, y esto nunca sería posible sin el lenguaje; herramienta poderosa para aprender, enseñar, crear un mundo humano, generar acciones y provocar cambios a nivel personal como en el entorno. A pesar de su enorme incidencia, poca importancia se le ha dado al lenguaje dentro del aula, se lo ha considerado como algo obvio o un mero instrumento al servicio de la trasmisión de saberes, valores y normas, sin descubrir que es el factor clave en el proceso de educación y humanización. Lenguaje y pensamiento son dimensiones esenciales del ser humano, precisamente por ello se caracterizan por ser móviles, vitales y responder a las exigencias del momento histórico. En el momento actual, de la “era digital”, el lenguaje que se utiliza en el aula no va con el lenguaje digital que usan los jóvenes. ¿Qué hacer? No se trata de sacrificar a uno de ellos, sino sacar el mejor provecho de las diversas modalidades del lenguaje que poseen los seres humanos. En el campo educativo hay que utilizar los mejores recursos que ofrece la tecnología, siendo la escuela y la cultura guías importantes para discriminar lo esencial de lo pasajero.

Palabras clave: Lenguaje, educación, ser humano, oralidad, generaciones interactivas .

Abstract: Education is a vital process that encompasses the whole life of a person. The schooling process is part of that process yet it is neither the most important nor the only one. It is valuable because during that time, certain types of knowledge are acquired in systematic and structural manners; nevertheless, they only affect the formation of the person and its lifetime project in a small degree. The whole schooling process is based mostly on language and has a larger incidence in its educational process than the transfer of knowledge. This is due to the fact that language is a two way stream communication system. All educative processes are based in the interpersonal relationships of its members and in its consolidation within a social group which wouldn’t be possible without language; a fundamental learning and teaching tool which enhances the creation of the human world, it is a powerful tool which enables to generate actions and promote change at a personal level as well as within the environment. Regardless of its enormous influence, little importance is given to language within the classroom, it has been considered as an obvious or negligible tool which function has been limited to the transfer of knowledge, values and norms without any consideration to its key value in the educational process and its humanizing nature. Language and thought are essential dimensions for human beings, which are characterized by being mobile, vital and capable of answering to the needs of the historic moment. In our current “digital era” time, the language used in the classroom does not match the one used by youths. What to do? It is not about giving up on one of them but instead it is about looking for ways to take advantage of the several language skills enjoyed by human beings. We must use the best resources available offered by technology in the educational fields where the school and culture shall provide important guidelines to set aside the temporary elements from the crucial ones.

Keywords: Language, Education, Human Being, Orality, Interactive Generation.

Forma sugerida de citar:

Urgilés Campos, Guillermo (2016). Aula, lenguaje y educación. Sophia, colección de Filosofía de la Educación, 20(1) pp. 219-242.

Introducción

La filosofía del lenguaje como la educación son mundos muy amplios y complejos. No se trata, por lo tanto, de relacionar estas dos complejidades. El alcance de este trabajo es más modesto: descubrir la incidencia que tiene el lenguaje, considerado desde el punto de vista filosófico, dentro del campo de la educación y concretamente, ésta en el “aula de clase”, es decir, considerar fundamentalmente “el lenguaje en el aula”. Lenguaje y educación son dos dimensiones esenciales del ser humano. Sin lenguaje, en el amplio sentido del término, no hay educación y sin educación no hay ser humano.

Para la filosofía es preciso conocer la naturaleza misma del lenguaje, para los neopositivistas, en opinión de Rodríguez-Consuegra, cuando no se tiene conciencia de la “verdadera naturaleza del lenguaje” se originan los problemas filosóficos (Rodríguez Consuegra, 2003, p. 63). Toda vez que se cae en una serie de suposiciones e imprecisiones.

¿El lenguaje es un problema que compete solo a la filosofía o a la lingüística? ¿Y la educación? Hay quienes defienden que todo lo que se expresa se lo hace en un lenguaje determinado, lo que quiere decir que el lenguaje no es problema exclusivo de la lingüística. Tanto la filosofía, la lingüística, como la educación tienen un campo específico para enfrentar al lenguaje, sin embargo no son ni independientes ni autosuficientes; las tres tienen temas comunes que compartir. Claro, cada una, desde su posición, requiere y exige el apoyo de otras ciencias. La filosofía ve al lenguaje como una totalidad, y enfrenta asuntos que tienen que ver con el lenguaje en sí, la mente, el pensamiento, problemas conceptuales. En tanto que la lingüística lo ve desde el campo científico y más reducido. La educación lo considera pragmáticamente, se refiere al modo de aprender, su uso y la formación misma de la persona.

Y esto, precisamente es el objetivo de este artículo. Ver la incidencia que tiene el lenguaje en el aula, en el aprendizaje, en la educación en general. Todo el proceso educativo es un proceso social que se da gracias al lenguaje, sin lenguaje ni comunicación no sería posible la educación. Incluso en la educación actual es necesario ver el peso que tiene el lenguaje en la era digital.

Hablar de educación es hablar de un ser humano concreto que vive en un determinado tiempo y lugar, por lo mismo la educación está necesariamente ligada a un determinado paradigma del ser humano, al modo que tiene cada época de enfrentar la vida. Por lo mismo la educación debe tener muy presente este paradigma con el que viene trabajando y cuál es el objetivo final que tiene la educación.

En el ser humano, lenguaje y educación van de la mano. Muchas cosas se aprenden por imitación, precisamente hay una base biológica para ello. Y una de las facultades centrales del humano es precisamente aprender a hablar una determinada lengua y gracias a esta lengua entra en contacto con los otros y se va educando. Sin embargo no se ha puesto mucha atención al asunto mismo del lenguaje dentro del aula, se lo ha trabajado como algo evidente, algo que no requiere mayor explicación.

Aparentemente es fácil aprender a hablar, pero no se puede decir lo mismo aprender a leer o a escribir, se requiere toda una planificación y metodología. Es fácil para el niño aprender a hablar, pero ¿qué pasa cuando quiere aprender a hablar una segunda lengua cuando no es tan niño? Ya no es una tarea relativamente simple.

Educación y ser humano son dos caras de una misma moneda. No existe la una sin la otra. La educación no es otra cosa que darle herramientas para que el ser humano pueda desenvolverse con solvencia en su entorno tanto natural como humano, a su vez, tenga capacidad de transformar estas realidades.

Ser humano significa educarse

Sin educación o sin lenguaje ¿podría “alguien” ser considerado como humano? -No. Porque el ser humano no es algo dado, como las cosas, sino alguien que se va construyendo gracias a la interrelación con los otros y con el entorno, en esto consiste precisamente la educación. No puede haber, por lo tanto esta construcción sin esta interrelación, que no es otra cosa que lenguaje.

Tampoco podría hablarse de educación del ser humano sin afiliarnos a un determinado modelo pedagógico, sin una previa concepción antropológica. Imposible tender puentes entre filosofía de lenguaje y educación, sin haber aclarado “en algo” estos conceptos.

No existe un concepto unívoco de lo que significa humano, educación o educar. Estos conceptos se asemejan a muchos otros que manejamos a diario, tales como: Dios, tiempo, etc. Creemos que lo sabemos, pero: “¿Qué es, pues, el tiempo?, se pregunta San Agustín, -Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé” (S. Agustín, Confesiones). Cuando nos enfrentamos con estos términos polisémicos, borrosos, antes que intentar encontrar la verdad, la definición perfecta o única, hay que negociar una suerte de significado común, al menos en lo esencial.

La educación más que un concepto o teoría es actitud o vivencia bastante compleja, de ahí la dificultad para conceptualizar. El fenómeno educativo tiene una larga trayectoria, abarca aspectos tan diversos en el tiempo, en su forma, en sus campos, en su intencionalidad… Comprende no solo la instrucción o información, sino también, la formación de la persona y su inserción activa y transformadora en la sociedad. Tampoco se reduce a lo formal o escolar, ni es privativo de la escuela educar, también educa la familia, la sociedad con sus costumbres, tradiciones y valores, sin olvidar los medios de comunicación, de modo que, como señala Luengo, “[…] ni su uso, ni el conjunto de conceptos que se relacionan con él, tales como enseñanza, aprendizaje, condicionamiento, adoctrinamiento, etc., poseen precisión terminológica, debido a la diversidad de aspectos que lo conforman” (Pozo, Luengo et al. 2004, p. 30). La educación es una realidad viva, está en continuo movimiento y cambio, no es algo dado, sino algo que se va haciendo. Se puede hablar o conceptualizar de un estilo educativo del pasado porque ya se cristalizó, pero no del presente, refleja el modo de ser de las personas y a su vez pone retos a la sociedad del momento. Va más allá de lo puramente cognitivo, apunta a lo social, emocional, ético, político, etc.

Las diversas concepciones de educación reflejan las disímiles teorías que se manejan sobre el ser humano y sociedad, vale decir, toda concepción pedagógica apunta a un previo antropológico y sociológico. Lo que se piense del ser humano va a condicionar la orientación y las acciones educativas. ¿Cómo es o debería ser la persona? ¿Tiene una naturaleza, una esencia o no la tiene? ¿Tiene algún condicionamiento genético, social o psicológico? ¿Es un ser esencialmente libre e indeterminado? ¿Es un ser temporal e histórico? ¿El hombre es bueno o malo por naturaleza? ¿Es eminentemente individual o social? De acuerdo a la respuesta que demos a estas preguntas se va a enfocar la orientación educativa, aunque no siempre, en el aula, ni las preguntas ni respuestas son claras.

A lo largo de la historia encontramos concepciones contrarias “y rivales de la naturaleza humana”, tal como lo exponen Stevenson y Haberman (2005). Lo que significa que no hay ni consensos ni puntos de encuentro, al contrario, lo que la una afirma la otra lo niega. Si la una testifica que hay una naturaleza humana, la otra lo desconoce y dice que somos seres totalmente indeterminados; si alguna asevera que el ser humano es bueno por naturaleza, la otra la contradice. Sin embargo, por más antropologías o paradigma educativos que manejamos de manera explícita, en la práctica, en el aula de clase, es otra cosa. Además, no hay paradigmas educativos químicamente puros o inocentes, todos ellos tienen una determinada carga ideológica al servicio de intereses políticos (Urgilés, 2014).

Un primer acercamiento al término educación lo hacemos desde la etimología. Etimológicamente educar deriva del verbo latino “educere” que significa “ […] conducir fuera de, extraer de dentro hacia fuera, desde esta posición, la educación se entiende cómo el desarrollo de las potencialidades del sujeto basado en la capacidad que tiene para desarrollarse” (Pozo, Luengo et al. 2004, p. 31). Lo que implica que es el ser humano, sujeto individual y único, posee ya dentro de sí un potencial suficiente, el cual es necesario actualizarlo, hacerlo visible, permitir que se manifieste plenamente. El factor determinante radica en la propia persona. Lo que esta fuera de la persona, los otros y el entorno, no son sino apoyos y condicionantes, pero nada que lo determine.

Pero, ¿puede alguien aprender a hablar si no hay otros que lo enseñen?, ¿puede alguien educarse a sí mismo? Tanto en educación como en lenguaje no podemos funcionar solos, la educación y el lenguaje dependen de los “otros”, porque el ser humano es social por naturaleza. Somos y vivimos dentro de un tejido social, aunque no lo aceptemos o no tengamos conciencia de ello.

Si bien para hablar se precisa ciertas capacidades biológicas, esta condición es un elemento necesario pero no suficiente. El lenguaje no surge espontáneamente de esta capacidad, requiere ser enseñado, validado e interactuar con los otros para que sea una realidad. El niño lobo quizá poseía toda la capacidad biológica para hablar, pero no hablaba, porque no hubo un medio propicio para actualizar esas potencialidades (Savater, 2005, pp. 108-109).

Una variante de la posición anterior afirma que el factor determinante para la educación de la persona está fuera. La educación entonces tiene otros matices, se relaciona directamente con “… ‘criar’, ‘alimentar’ y se vincula con las influencias educativas o acciones que desde el exterior se llevan a cabo” (Pozo, Luengo et al., 2004, p. 32). Lo importante, entonces, es la relación que el individuo establece con el ambiente y con los otros.

Vista la educación ya no desde el punto de vista etimológico sino antropológico, Jean Pierre Obin, en ¿Qué es educar? nos presenta un interesante panorama de otras concepciones educativas, en “donde reina la discordia” (Obin, 2005, p. 3).

La primera de estas concepciones considera que: “el ser humano tiene una naturaleza”. Desglosando esta afirmación encontramos: primero: hay una naturaleza, una programación genética de la que el ser humano no puede sacudirse, por lo mismo, no es libre; y segundo, que a esta naturaleza hay que vigilarla, porque: “el mal está en el fondo de la naturaleza humana” (Obin, 2005, p. 1). Alma y cuerpo son dos “principios o componentes antagónicos”. Por ende, hay que controlar y castigar al cuerpo indómito. Todavía nos resuenan las palabras de Freud: “el objetivo de la educación es enseñar a controlar los instintos”; al niño hay que corregirlo y trabajar para que lo inconsciente se vuelva consciente.

Una segunda posición derivada de la precedente, expresa que: “Educar es desarrollar la naturaleza” (Obin, 2005, p. 1). Esta concepción, como la anterior, reconoce que hay una naturaleza, un dato biológico. Pero difiere, porque esta naturaleza tiende al bien. En consecuencia, hay que desarrollarla auspiciándola con ambiente y condiciones favorables. En estas circunstancias no cabe la coacción ni el castigo, la educación permite que se manifieste lo bueno de la persona brindando condiciones propicias. Lo que significa que en un ambiente precario con poca estimulación sensorial o social, mala nutrición tienen alto riesgo de presentar retrasos en el desarrollo cognitivo, emocional y de destrezas en el lenguaje (Blakemore et al., 2007, Punset, 2014, 79). El entorno favorable y la interacción social es determinante no solo en el desarrollo emocional y cognitivo del niño, sino de manera especial en el desarrollo del lenguaje, en una palabra casi todo lo que la persona es o hace lo aprende de los otros. Lo contrario también es cierto, como lo reconoce Swaab, aquellos niños que han sido descuidados en la fase temprana de su desarrollo cargarán consecuencias negativas a nivel lingüístico, intelectual, emocional o motor, muchos de ellos se presentarán más impulsivos e hiperactivos. (Swaab, 2014, p. 56).

Una tercera posición antropológica, opuesta a las dos anteriores afirma que: “el ser humano carece de naturaleza” (Obin, 2005, p. 2). No nace humano, sino que es un ser inacabado, en formación, deviene humano, aprende a ser humano gracias a su libertad y perfectibilidad. Esta perfectibilidad no significa que hay un plan previo o determinado que debe realizarse en la vida, sino que puede ir avanzando y mejorando cada día gracias a la educación, sin tener un límite establecido.

El filósofo francés Ferry, citando a Rousseau expresa que: “en el hombre la voluntad habla incluso cuando la naturaleza calla” (Ferry, 2007, p. 139). Puede decirse que perfectibilidad y educación son una misma cosa. Se humaniza gracias a una doble historia: la una individual y la otra social; la individual lo hace por medio de la educación y la social por la cultura (Ferry, 2007, p. 144). Vale decir, educación y cultura son dos aspectos complementarios que apuntan al desarrollo del ser humano o proceso de personalización. La educación considerada en este caso como el proceso formal que se realiza en la escuela, y la cultura como el proceso educativo generado por la sociedad. Por lo tanto individuo, educación y cultura están íntimamente relacionados.

Una cuarta posición semejante a la anterior afirma que: “educar es socializar” (Obin, 2005, p. 3). Para esta concepción el hombre no es naturaleza, es una construcción social; que haya una naturaleza humana y, que esta sea buena o mala no tiene ni sustento ni sentido. Educar al niño es prepararle para la sociedad, es una suerte de entrenamiento para las diversas tareas que espera la sociedad (Bouyer, 2005).

Una quinta posición sobre educación, sostiene Obin, tomando las palabras de Hannah Arendt, “es introducir al niño en el mundo humano” (Obin, 2005, p. 4). Hay una condición humana que es finita, y condicionada por el espacio, el tiempo, la biología, la cultura, la sociedad. La educación debe informar y formar al niño en estas condiciones. Presentarle no solo lo que los hombres son, sino también lo que han hecho, aquello que llamamos cultura, arte, ciencias, civilización, vale decir: los logros del espíritu humano, todo aquello que se ha plasmado en la conciencia histórica.

Frente a estas posiciones filosóficas en donde lo determinante es lo cultural, lo social, el mundo humano y no la naturaleza o lo genético, es importante contrastar con los datos que hoy nos ofrece la ciencia. Sin ser partidario de polaridades o dicotomías excluyentes, se evidencia que hay enfoques que dan más peso a un aspecto que a otro.

Por ejemplo, hay quienes dan más peso al entorno que a la herencia, es el caso de Jensen. Las psicólogas Blakemore y Frith, por su parte, argumentan que ambos son decisivos; en tanto que el neurobiólogo Llinás, apoyándose en las investigaciones de sus colegas defiende que hay una determinación genética, Por nuestra parte sostenemos que puede haber una muy buena dotación genética, pero si esta no se la trabaja o no se la “educa” o cultiva porque no hay las condiciones favorables queda simplemente como una posibilidad. Las diferencias que se observan entre los seres humanos se deben a la educación que han recibido o las capacidades que han desarrollado, más no por las potencialidades innatas con las que vinieron equipados.

Si hemos visto que la educación busca concretar un determinado perfil de ser humano; pero esto no se puede alcanzarlo sin el lenguaje, gracias a él entramos no solo en contacto con los otros y con el entorno, sino que podemos crear un mundo, toda vez que este lenguaje es único.

¿Es innato el lenguaje? ¿Somos los únicos que lo poseemos?

El ser humano, puede aprender durante toda su vida, tiene esta capacidad, pero si nos referimos al lenguaje, lo aprende muy temprano, sin mayor planificación, de modo implícito, casi se diría de manera inconsciente. ¿Cómo aprende el niño la lengua materna y otras lenguas?

Los neurobiólogos y lingüistas están de acuerdo en que la capacidad del humano para hablar es innata, nace con la predisposición para hablar cualquier lengua, “somos un animal predispuesto genéticamente” para usar el lenguaje (Casacuberta, 2004; Blakemore et al., 2007; Mora, 2009). El neurofisiólogo colombiano, Rodolfo Llinás, sostiene que “… si la memoria filogenética fuera lamarckiana, los niños de Francia nacerían con predisposición para hablar francés, y no existe esa predisposición genética en el lenguaje humano” (Llinás, 2003, p. 176). Si no hay una predisposición genética para hablar determinado lenguaje cabe insistir en la importancia que tiene el entorno familiar y, posteriormente, la educación formal o la escuela, para desarrollar no solo las capacidades lingüísticas sino también las potencialidades cognitivas y emocionales de la persona. Desde el inicio mismo de la vida del niño el lenguaje, aprendizaje y educación van de la mano.

Es algo admirable que un niño sin hacer mayor esfuerzo, sin una enseñanza sistemática ni planificada, solo escuchando a los de su entorno aprenda cualquier lengua, por compleja que sea y que descubra y aplique la lógica gramatical del idioma. Sabe aplicar o extrapolar reglas, sin que nadie le haya enseñado e incluso comete “errores” aplicando estas reglas, porque desconoce las excepciones e irregularidades creadas por las convenciones. El niño al nacer viene equipado con una gramática universal, una predisposición para aprender cualquier idioma, que lo actualiza cuando aprende una lengua o cuando este programa genético o gramatical empieza a correr.

Blakemore y Frith basándose en observaciones directas, afirman haber detectado que esta predisposición para aprender la lengua está presente antes del nacimiento, “in útero” y que con “…solo con unos días de vida, los bebes que oyen el sonido “a” abren la boca de modo que corresponde a este sonido, y si se trata de la “e” la abren de otra forma. Es como si estuvieran programados para imitar los sonidos que oyen, antes incluso de saber qué aspecto adopta la boca” (Blakemore et al., 2007), es decir, la base biológica está lista no solo desde el momento del nacimiento, sino, incluso antes, lo único que necesita es encontrar las condiciones favorables para que comience a desarrollarse. No obstante, esta potencialidad para aprender una lengua, la sensibilidad que tienen los recién nacidos para diferenciar un sonido de otro, una palabra de otra, va menguando prontamente con la edad, al igual que el reconocimiento de caras. Porque los sonidos específicos y propios de cada lengua se vuelven más significativos y únicos, vale decir, se va especializando en una determinada lengua. Hay un periodo propicio o especial para aprender la lengua del entorno en el que se encuentra sumergido y va perdiendo las destrezas para aprender otras lenguas mientras va pasando el tiempo.

No se nace con una predisposición a hablar determinado lenguaje, hay independencia con la herencia genética, es el entorno en que tiene un papel importante. Sin embargo el haber aprendido la lengua materna “no solo deja una fuerte impronta en el desarrollo cerebral, sino que es crucial para muchos aspectos del desarrollo del niño” (Swaab, 2014, p. 58). Vale decir, no aprender la lengua materna no solo imposibilita la comunicación sino incluso pone en riesgo la vida misma de los niños, por la serie de trastornos que se originan por la falta de buenas relaciones con el entorno, como lo demuestra el experimento que hizo el Emperador Federico II de Alemania en el año 1211.

Una vez pasado este período crítico para el aprendizaje del lenguaje y si se quiere aprender otro idioma, el cerebro de alguna manera queda marcado o condicionado por la primera lengua, esta es la razón por la que se tiene acento al aprender una segunda lengua. Si hemos aprendido el español, esta marca o impresión que deja este idioma va a condicionar al otro idioma, porque deja una suerte de marca tanto en las funciones como en las estructuras del cerebro.

¿Tiene alguna ventaja que el lenguaje humano sea articulado, vocalizado? Evidente. El hecho de articular o unir sonidos y formar palabras, y articular palabras para formar conceptos, va a evidenciarse en las capacidades cognitivas, vale decir, hay una relación directamente proporcional entre la formación de las palabras y la formación del pensamiento. Ordinariamente se equipara la vocalización con el lenguaje, pero Llinás nos recuerda que la “vocalización es mucho más antigua”; porque aunque no se haya desarrollado un lenguaje articulado o conceptual, tiene la capacidad de gritar, de generar ruidos y sonidos.

El ser humano tiene aptitud para aprender determinada lengua. Sin embargo hay muchas lenguas y tiene no solo la posibilidad sino el imperativo de aprender otras por las condiciones que la sociedad actual le impone. La escuela se va a esmerar no solo de que aprenda bien el idioma materno sino una segunda o más lenguas.

Educación y la segunda lengua

Ser bilingüe es una necesidad en el momento actual, toda vez que vivimos en una era que genera nuevas oportunidades, pero esto ¿genera problemas en la educación?, ¿ser bilingüe qué consecuencias produce en el cerebro?

La educación formal o escolar propende cada vez más al aprendizaje de una segunda lengua. Por ejemplo, en nuestro país, desde que inicia la escolaridad a los cuatro o cinco años se comienza una segunda lengua; América Latina, dio mucha importancia a las lenguas nativas desde los años 80, desde entonces se empieza a hablar de una educación bilingüe intercultural.

Los bebés criados en familias bilingües demoran un poco más que los niños que hablan una sola lengua en desarrollar el lenguaje, Pero, por contraparte, tienen algunas ventajas, como comprender mejor la sintaxis de ambos idiomas, los pronuncian mejor que aquellos que aprenden a una edad tardía el segundo idioma y, además, entienden perfectamente que dos palabras distintas pueden referirse al mismo objeto (Blakemore et al. 2007). Aparentemente el aprendizaje de una segunda lengua acarrearía ciertos problemas en su aprendizaje, porque parece que va más lento o porque siempre va a predominar una de ellas, etc., pero no es así. Más bien trae una serie de ventajas, tales como: tener una mejor comprensión la realidad, saber que dos conceptos totalmente distintos nombran a un mismo objeto, conocer que el concepto o el término que se refiere a dicho objeto es algo convencional y que no es parte inherente de ese objeto. Mientras más variado y rico sea el vocabulario al que el niño está expuesto en sus primeros años, sea de parte de sus maestros y familiares, mayor será el recurso que poseerá este niño a lo largo de su vida. Por ello se recomienda que a los niños se deba ofrecerles otro idioma antes de los doce años.

Se aprende el lenguaje hablado de modo natural y sin mayor esfuerzo, pero esto mismo no podría decirse de la lectura y escritura. La escuela o la educación formal juegan un papel esencial en este aprendizaje, porque requiere una planificación y un método, algo que no se tomaba en cuenta en el aprendizaje del lenguaje hablado.

La escuela, la lectura y escritura

El lenguaje sobre todo escolar no se reduce a la oralidad. En la escuela hay que aprender a leer y escribir. ¿Estos lenguajes son fáciles de aprender como el oral?

Para aprender a leer y escribir el niño debe comprender que el objeto tiene un nombre, y que puede ser presentado no solo por un dibujo sino por un signo, que nada tiene que ver con el objeto. Para que el proceso sea exitoso se requiere, que el niño tenga una buena coordinación viso motora y no forzarlo.

Hay una tendencia, cada vez mayor, de recibir a los niños en la escuela en edades más tempranas y enseñarles a leer y escribir lo más pronto posible. Como que esto le da estatus o categoría a dicha institución. Pero las ciencias cerebrales han revelado que la coordinación motriz de los dedos no se alcanza al menos hasta los cinco años. Por lo mismo apresurarse o forzar al niño en este sentido parece no tener ninguna ventaja, al contrario “(…) podría considerarse los inicios tardíos como perfectamente acompasados con el cerebro natural y el desarrollo cognitivo” (Blakemore et al., 2007, p. 29). No hay un tiempo establecido para el aprendizaje de la lectura y escritura, de ninguna manera un aprendizaje un tanto tardío significa retraso en el desarrollo cognitivo, no todos los niños desarrollan esta destreza al mismo ritmo ni al mismo tiempo.

Cuando se ha aprendido a leer, hay un cambio en el cerebro, se ha colocado una suerte de gafas de alfabetización, las palabras no pasan desapercibidas y no se puede evitar leerlas, hay una suerte de condicionamiento, por ello el cerebro de una persona que sabe leer es “distinto al de un analfabeto” (Blakemore et al., 2007) porque este cerebro ve un signo y algo toma forma y sentido, aunque no haya la intención explicita de leer las palabras.

Frente al interrogante que si el lenguaje es la condición para la humanización o la humanidad la condición para el lenguaje, que si el pensamiento genera el lenguaje o el lenguaje es la condición del pensamiento, cabe decir que es una pregunta mal planteada, es la misma que si fue primero el huevo o la gallina. La una no es la causa o condición de la otra. Se condicionan mutuamente. Estrechamente relacionada con este tipo de pregunta está la postura antropocéntrica para interpretar la realidad, que, en muchas ocasiones, ha conducidos a dicotomías innecesarias y a aporías insalvables, tales como: yo- lenguaje, mente-lenguaje. Searle sostiene magistralmente que: “Ese vocabulario supone la exclusión mutua de lo uno y lo otro…” (2004, p.18).

Pensar en un yo que se diferencia de lo que piensa, de lo que habla, de lo que decide, de lo que aprende, de lo que sufre, al igual que el yo puede diferenciarse de un tú, es un error. Tengo conciencia, pienso, existo, hablo, decido, aprendo... son dimensiones de este yo, integran una sola unidad. Y lo que es más, este “yo” que aparentemente tiene el control no sería más que una mera hipostasiación de un término, una suerte de mito, una etiqueta: “… no hay nada que pueda llamarse yo” afirma Searle (2006), para indicar que aquello que llamamos “yo”, no es un suerte de homúnculo que está separado del pensamiento, de la palabra, de la emoción, etc., sino que el conjunto de todas estas actividades constituyen aquello que llamamos “yo”

El hombre es la palabra

Entre lenguaje y ser humano hay una relación íntima, el ser humano es lenguaje, es lenguaje de inicio a fin, el ser humano vive en el lenguaje, como lo afirma Echeverría: el ser humano está “atravesado por el lenguaje” (2003, p. 21). Los seres humanos somos seres lingüísticos, seres que vivimos en el lenguaje: en él somos, nos movemos, existimos, pero a su vez lo construimos, lo pastoreamos, lo acomodamos a nuestras exigencias. El lenguaje es una condición para la humanización, pero también no puede haber lenguaje sin este ser. Hay mutuo condicionamiento y necesidad. Pero no solo el ser humano es lingüístico sino su mundo también lo es.

Podría creerse que cuando el ser humano se encierra en sí mismo –se ensimisma–, piensa, reflexiona se libera del lenguaje. La verdad no es así, porque continúa pensando, y cuando piensa hay un diálogo mental, un cotilleo o murmullo de la mente, ésta no logra silenciarse, como dicen los budistas, pero este vendaval de pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones, se lo hace por medio de una lengua, la mente siempre está activa, el lenguaje “no es más que su títere” (Mingur, 2008, p. 32). Es necesario forzar, aprender, ejercitarse, marchar contracorriente para no pensar. Damasio sostiene que “en los niveles más elevados de la escala, la conciencia autobiográfica depende exclusivamente del lenguaje” (Damasio, 2011, p. 264). A más escala de conciencia, de pensamiento hay mayor actividad del lenguaje.

El hombre es “inseparable de las palabras”, porque gracias a las palabras entra en contacto con los otros, aprende de los otros, descubre el mundo de los otros y abre su mundo a los otros, en definitiva el lenguaje es el único medio de comunicación y personificación, y en esto consiste precisamente la educación.

Los animales tienen su lenguaje para comunicarse. Sin embargo el lenguaje humano va más allá de la comunicación para la supervivencia o para describir una realidad que existe o está presente. El lenguaje humano crea mundos o realidades que aún no existen o no están todavía presentes. Es una creación y además convencional, por ello cambia y necesita ser enseñado y aprendido. Pero este cambio en el lenguaje significa cambio para quien lo construye y utiliza.

Lenguaje como medio de comunicación

Lenguaje, lengua, habla, comunicación, no son sinónimos, si bien se encuentran íntimamente relacionados. Lenguaje es la facultad o capacidad exclusiva que tiene el ser humano para aprender las lenguas (Chomsky, 1984). En tanto que la lengua es el conjunto de signos o símbolos convencionales y abstractos para expresar este lenguaje, su finalidad es la comunicación, de ahí su carácter eminentemente social. No podría pensarse en un lenguaje que solo sea válido o conocido solo para un individuo. De ninguna manera el lenguaje es arbitrario o subjetivo, sino responde a una convención social. Es el grupo o la comunidad la que da sentido al lenguaje.

Deaño citando a Muguerza, hace la siguiente aclaración: “El lenguaje no es un simple instrumento de la comunicación, sino la auténtica condición sine qua non de ésta” (Deaño, p. 27). La comunicación es una condición para la supervivencia no solo del individuo sino de la especie. Toda forma de comunicación entre la especie aumenta la posibilidad de su supervivencia, la humana no es la excepción.

Cabe indicar que la comunicación de ninguna manera se reduce a la oralidad, gestos y sonidos. Hay expresiones faciales, posturas corporales e incluso componente químicos que influyen en nuestras relaciones, es decir todo su ser se torna comunicativo, él mismo es comunicación.

Pero además utiliza otras señales, símbolos, signos externos. Searle, el filósofo de la mente, nos pone el siguiente ejemplo:

Cuando considero un ruido o una marca hecha sobre un trozo de papel como una instancia de comunicación lingüística, como un mensaje, una de las cosas que debo suponer es que el ruido o la marca fueron producidos por un ser o unos seres más o menos semejantes a mí mismo y que fueron producidos con ciertas clases de intenciones (1994, p. 26).

Estas señales, símbolos, signos comunican información cuando de forma expresa y consciente quiere hacerlo, por ejemplo: el humo en sí mismo o levantar una mano no equivale a señal alguna, puede ser fruto del azar. Lo convierte en señal, cuando hay un propósito o intencionalidad expresa, lo que implica el manejo de códigos o reglas tanto para quien emite como para quien recibe la información.

El lenguaje, por lo tanto, no es una señal natural sino un signo convencional, quiere comunicar algo de modo expreso, de ahí que debe ser aprendido, por ello el ser humano es un animal simbólico porque utiliza signos para comunicarse, que poco o nada se asemejan con la realidad referida o a la que apunta.

En muchas ocasiones, si no la mayoría de veces se presenta un hiato entre lo que se dice y lo que interpreta o entiende el receptor. Y este problema aparece precisamente en el aula. “El escuchar valida el hablar. Es el escuchar (y la correcta interpretación) no el hablar, lo que confiere sentido a lo que decimos” (Echeverría, 2003, p. 82). El lenguaje entonces es una vía de doble sentido. Si el alumno no escucha o no interpreta correctamente, por excelente expositor que sea el maestro, no hay comunicación. A su vez el maestro tiene que estar atento para ver qué es lo que genera su discurso.

El lenguaje una vía de doble sentido: lo que se dice y lo que se entiende

No hay lenguaje o comunicación neutra. El mensaje en sí mismo tiene ya intencionalidad: “quiero comunicar esto”. Si a ello le sumamos la carga emocional: ¿cómo lo hago?, ¿en qué contexto?, se complica la comunicación. Es importante lo que se dice, el cómo se lo dice, en qué circunstancias se lo dice y cómo se interpreta.

Como dice Ricoeur: “El lenguaje nos saca de la subjetividad privada” (Changeux-Ricoeur, 2000, p. 77), porque normalmente se dice algo a alguien, a alguien que entiende mi lengua, mi código, a alguien que piensa como yo, y si lo tengo que expresar es porque el otro no puede sentir o pensar lo que yo estoy sintiendo y pensando.

Si bien es cierto que parte de la información que lleva el mensaje es “objetiva”, pero también tiene carga subjetiva. Además, la comunicación, mucho más en educación, no se reduce al lenguaje oral, hay un lenguaje corporal, gestual, actitudinal. Lo que dice el maestro: ¿cómo se lo interpreta?, ¿qué provoca?, ¿qué genera?, ¿hay congruencia entre lo que se dice y lo que llega al alumno, o lo que el alumno entiende o interpreta? No siempre.

Cuantas veces creemos que lo único que se trasmite en el aula es una serie de “verdades” o contenidos de determinada ciencia. Pero lo que la verdadera educación insiste que lo esencial es en la formación misma de la persona, es decir, trabajar en sus actitudes, en sus emociones, en la forma de ver la vida y de comunicarse con los otros, siendo los contenidos disciplinarios el medio para ello.

El lenguaje del maestro no puede reducirse a determinados momentos y funciones, tiene una suerte de ubicuidad. Y hay que considerarlo siempre en contexto. Un enunciado, por simple que parezca, en otro contexto e incluso en el mismo podrá ser interpretado de modo diferente, por otro oyente, o de manera diferente por el mismo interlocutor, pero en otro momento. El lenguaje educativo debe tomar en cuenta a más de la semántica la pragmática, vale decir, considerar la intencionalidad del usuario y el contexto, por ello se insiste que el lenguaje no es un “vehículo unidireccional”.

El lenguaje educativo va más allá de ser un medio para transmitir ciertos datos informativos sobre determinada disciplina académica. El lenguaje “la primordial herramienta del ser humano” (Acero et al., 2001, p. 23), está en función de la comunicación y comunica saberes y también valores. La educación, como Jano Bifronte, mira a dos lados, tiene un carácter tanto teórico, como práctico. Al mismo tiempo que da acceso a la ciencia, al conocimiento y cultura, inculca un estilo de vida o forma de ser. Por el un lado el lenguaje apunta a la realidad, al entorno, a lo físico y, por el otro, apunta a las acciones humanas, a la persona, siendo quizá más importante más importante esta dimensión existencial, vivencial que aquella que se refiere al conocimiento y a la cultura, como acertadamente lo señala Agoglia: “…la comunicación y el intercambio entre las conciencias se opera en un nivel existencial y ontológico, no óntico ni objetivo”, dándonos a entender que la verdadera educación, radica en el intercambio de experiencias vitales, y que la auténtica relación es una relación existencial se sustrae a cualquier forma de objetivación.

Llevar a la acción o generar acciones es lo que se llaman “los actos lingüísticos”, esto es el objeto de la pragmática. Porque “siempre que se dice algo se lo dice con alguna intención”, o como dice Savater: “(…) no hay querer decir sin querer entender y hacerse entender…” (Savater, 2005, p. 110), más aún en el campo educativo. Austin considera que en el acto ilocutorio se pide, se ordena, se amenaza, se determina, se genera, etc. Mientras que el acto perlocutorio se alcanza o se realiza lo provocado por el ilocutorio. Estos actos evidentemente no pueden ser considerados en abstracto, fuera de determinado contexto, sino dentro de situaciones reales y concretas. Y en donde mejor se evidencia estas situaciones es en el aula de clase o en la vida diaria. Si el profesor expone algo espera que los alumnos comprendan; o si pregunta espera una respuesta; da una orden, espera que se cumpla, etc. La relación que el lenguaje establece en este caso entre los interlocutores no es solo de palabra sino que genera acciones, provoca reacciones.

Por lo tanto, la actitud del maestro no puede quedarse en decir cualquier cosa y desentenderse de lo que provoca o genera. Debe hacerse cargo de aquello que provoca. No se trata por tanto solo de decir claramente sino también escuchar activamente. El lenguaje siempre es de doble vía.

El lenguaje tiene un poder transformador. Tiene la capacidad de hacer que las cosas sucedan, genera realidades, modifica el curso de los acontecimientos, y al operar estos cambios, como efecto, el ser humano construye su mundo y su propia identidad. Esto no significa que todo lo que existe se lo debe al lenguaje o que solo existe en el lenguaje.

La especie humana, a pesar de ser una, tiene costumbres, tradiciones y lenguas diversas. Lo que significa que mucho de lo que hace y de lo que es responde a un momento histórico, a convencionalismos que van variando con el tiempo. Basta hacer un recorrido somero por las diferentes épocas históricas para encontrar conceptos y temas capitales y determinantes de cada época, porque precisamente responden al interés del momento. Esto hace que el lenguaje sea flexible y móvil precisamente para aparejarse con la movilidad del mundo humano.

Un lenguaje convencional y mundo humano

Por lo visto se da una relación directa entre lenguaje humano y educación, entre lenguaje y el mundo humano. ¿Qué significa ser humano o tener la categoría de humano? Ser humano es aprender, es ser social, es tener un lenguaje. ¿Acaso estas mismas características no las tienen muchos animales? Efectivamente, la diferencia entre el hombre y en el animal no radica en la racionalidad ni en la sensibilidad ni en la facultad de comunicación ni siquiera en el habla. Estas diferencias son de grado o cuantitativas, más no cualitativas. Todos los animales, incluidos invertebrados y vertebrados, por citar los más conocidos: abejas, cetáceos, chimpancés, etc., tienen algún tipo de lenguaje. (Llinás, 2003; Savater, 2005, Casacuberta 2004; Von Frisch, 1994; Gould, 1976). Las señales que hacen o su comunicación tienen un propósito específico: la supervivencia.

La diferencia esencial entre el animal y el humano lo dice Ferry, citando a Rousseau “es la libertad o perfectibilidad” que posee este último (Ferry, 2007, p. 136). Se puede decir que los animales están atados a sus instintos, a sus formas de vida, su hábitat y su entorno casi no cambian. En tanto que el hombre crea su mundo y tiene su historia. ¿Cómo? Educándose y creando cultura gracias a su lenguaje. Las abejas, por citar una especie animal que se caracteriza por su buena comunicación, lo hacen de la misma manera en todas partes, y cómo lo hacían hace tres mil años lo hacen hoy, igualmente podemos decir de la forma cómo construyen sus colmenas. La forma de comunicación del hombre actual nada tiene que ver con la forma de comunicación de hace doscientos años, igualmente se puede decir de sus ciudades y de la manera cómo construye su vivienda, la forma de curar a sus enfermos, no solamente que se adapta a su entorno sino que él mismo crea su propio entorno, su mundo, el mundo del ser humano es cambiante. Y ¿cómo lo crea?, gracias al pensamiento y al lenguaje. Pensamiento, acción, lenguaje están íntimamente relacionados. Y esta decisión de hacer un mundo a su medida, a lo que él considera lo mejor, es parte de lo que conocemos como educación y cultura.

Si bien los animales tienen un lenguaje y se comunican, pero el lenguaje humano va más allá de la supervivencia, no es fijo ni inmutable, sino que lo recrea, lo cambia, es articulado y describe finamente su entorno físico y su mundo humano. Está más allá de la inmediatez espacial o temporal, de sus necesidades biológicas o de su supervivencia, (Savater, 2005). El crear relaciones y construir entre todos este mundo humano es precisamente lo que persigue la educación.

Esto hace del hombre un animal simbólico. Los símbolos del lenguaje humano son convencionales, luego, el hombre es “animal convencional” (Savater, 2005) ¿Es únicamente convencional o tiene además algún sustrato natural sobre el que operan estos convencionalismos? Para los estoicos el ser humano era uno con la naturaleza y esta armonía era el cosmos, hoy con la idea de progreso se considera que no solo estamos separados de la naturaleza sino que incluso nos hemos vuelto contra ella. ¿Qué es lo natural o la naturaleza? Naturaleza en un sentido amplio se aplica a todo aquello que existe sin la intervención del hombre. En tanto que lo artificial es todo aquello en lo que ha intervenido el hombre. En el caso humano no es simple hacer la diferencia, porque en cada uno de nosotros cualquier rasgo por muy natural que parezca se encuentra contaminado por la mano del hombre.

En el caso que estamos tratando ¿el lenguaje es natural o artificial? Es un producto humano, pero no podría darse sin una base biológica natural. El lenguaje humano se diferencia en muchos aspectos del lenguaje animal, por lo tanto podríamos decir que es menos natural. Es muy natural querer comunicarse, pero no de la forma que tiene el lenguaje humano. Mejor que nadie, el filósofo francés Merleau-Ponty nos ayuda a zanjar esta situación cuando afirma que: “en el hombre todo es natural y todo es artificial”, lo natural y lo artificial se entrecruzan, se da una suerte de injerto en donde no es posible diferenciar lo uno de lo otro.

Si ya hay dificultad para distinguir hasta dónde va lo natural y artificial en el ser humano. Si precisamente el lenguaje y la educación son los que le alejan de están naturalidad. ¿Qué se puede decir de los nuevos lenguajes en los que están inmersos los jóvenes?

Las generaciones interactivas

¿Qué lenguaje se utiliza más en el aula? Los lenguajes más utilizados en el aula son el oral y el escrito. Deaño ofrece algunas características de estos dos tipos de lenguaje. El escrito se caracteriza por ser un lenguaje coagulado, tiene mayor fijeza pero menos expresividad que el oral. El lenguaje escrito es el ideal o paradigmático para la ciencia, es el lenguaje propio de los habitantes de la galaxia Gutenberg. En tanto que el hablado, común o fluyente es fonológico y por lo mismo menos gráfico. En la era del libro, del texto, la escuela era el lugar privilegiado para aprender y educar (Deaño, s.f. p. 26).

McLuhan señaló que la cultura basada en el libro ha terminado, estamos viviendo nuevos tiempos, vivimos en la “Aldea global”, en la “era digital”. Los jóvenes se comunican usando esta nueva tecnología de manera instantánea y lo hacen a través de imágenes y videos, mas no por texto. Aprenden más en las redes sociales, de sus amigos que en la escuela. Antes la escuela era el sitio privilegiado y exclusivo para tener información, pero hoy no, casi toda información está en el internet. Existe una nueva generación con características específicas.

¿El aula de clase actual, la del siglo XXI, responde a estas exigencias? En una clase actual predomina la explicación de un tema, la clase magistral, el predominio de la oralidad, pero de parte del profesor. El libro de texto sigue siendo el principal referente. Se habla mucho de las TIC en el aula, se defiende el uso de la tecnología. La escuela no va al mismo ritmo de la tecnología.

Esta nueva generación, conocida como generación interactiva o “Z”, tiene nuevas formas de comunicarse, no lo hace por medio del texto escrito sino a través de imágenes, videos y de manera instantánea. Según Mora en el año 2010, un 25% de niños americanos, leían o estudiaban en “formatos electrónicos” o digitales, mientras que en el 2013 era el 50%. No cabe duda que se maneja un nuevo tipo de lenguaje, una forma nueva de comunicación

En el año 2011, se hizo una encuesta internacional, propiciado por la Universidad de Navarra, en la que participó el Colegio El Sauce, sobre “Generaciones interactivas” (www.generacionesinteractivas.org). Presentamos algunos datos que pueden ser interesantes respecto a la relación de los jóvenes con la nueva tecnología o el lenguaje electrónico.

Se trabajó con chicos entre 10 y 18 años. El 100% de los alumnos tienen computador en su casa. El 86,96% son internautas. El 72,14% reconocen que esto es positivo, pero a costa de otras actividades que han sido desplazadas, como la familia, amigos, deportes, estudios, ver televisión, etc. El 93,57% de los más grandes es consciente que esta actividad la hace de manera solitaria. El 90,71% señala que los temas de interés giran en torno a la comunicación, relación social, comunicación en tiempo real, buscan interactuar. Hay otros intereses secundarios como conocer, compartir, divertirse, etc.

En lo que respecta al celular hay un 82,62% de alumnos que poseen este medio que se antepone a la televisión. Los alumnos ven la televisión más de dos horas diarias. Hay un 73,33% de jóvenes que pasa en el video juego, pero son jugadores individuales. No tenemos el dato de cuántas horas al día están en relación directa con estas pantallas.

Hoy los jóvenes no oyen radio ni ven “tele” porque son vivencias gregarias. Toda la tecnología les conduce a interactuar con otros. Aparentemente hay una contradicción: interactúan con otros pero a distancia, se comunican mucho, pero virtualmente, estas actividades las hacen solos. El libro ha pasado de moda por ser pasivo y no interactivo. ¿Las clases actuales son interactivas? ¿El lenguaje del aula es el lenguaje interactivo que manejan los jóvenes? ¿Hay que tecnificar completamente la enseñanza? –No necesariamente. ¿La tecnología debe suplantar al docente o a la escuela? –De ninguna manera. Hay que comprender que la tecnología es un medio, un recurso y no un fin.

¿Le toca a la escuela someterse a las exigencias de la tecnología o es la tecnología que debe estar en función de la escuela? Ni lo uno ni lo otro, sin embargo le corresponde a la academia, como parte racional de la cultura, guiar, ilustrar, dar luces, señalar hacia dónde tiene que dirigirse este proceso y orientar el sentido de la cultura. La tecnología puede facilitar la información pero no educar. Tampoco cabe pensar que la tecnología por si misma soluciona los problemas educativos, es un medio que puede ayudar en el campo del conocimiento e información pero no en la formación de la persona. La educación no se reduce ni a información ni a tecnología hay otros factores que son esenciales en la educación de la persona: familia, sociedad, valores, su mismo proyecto de vida, etc., que más bien han sido descuidados o relegados precisamente por el abuso o mal uso de la tecnología, como lo demuestra la investigación sobre generaciones interactivas.

Hoy más que nunca la educación tiene una misión muy clara y urgente, guiar tanto a la persona como a la sociedad. Como acertadamente afirma el sociólogo Zygmunt Bauman, que tanto la educación como la cultura tuvieron como misión generar el cambio y “refinar sus costumbres”, pero en el mundo actual, la sociedad de consumo, no apunta a satisfacer las necesidades humanas, las necesidades existenciales sino a crear nuevos deseos o intereses disfrazados de necesidades. De modo que se reedita la eterna condena de Sísifo: nunca estar satisfecho con lo que logra, sino vivir en perpetua insatisfacción.

El internet o la tecnología es un instrumento más de la educación y comunicación, en ningún momento se lo debe pensar como sustituto de la escuela. Como todo instrumento bien utilizado va a traer beneficios; al contrario, si se lo utiliza mal puede generar problemas. Según Mora, hay niños que pasan entre “tres y siete horas al día” (Mora, 2013, p. 153) conectados a las diferentes pantallas.

Está demostrado que los niños y jóvenes actuales prestan atención a varias pantallas al mismo tiempo. Pero, para “navegar en internet, afirma Mora, necesita de un foco de atención muy corto y siempre cambiante” (Mora, 2013, p.153), no sostenida. ¿Qué consecuencias pueden darse en el campo educativo? Si bien esto ayuda a desarrollar algunas habilidades, no obstante, puede generar problemas no solo de adicción sino también ciertos desordenes y trastornos que dificultan el aprendizaje como el déficit de atención e hiperactividad, como lo anota el neurólogo español, antes citado. Es cierto que aprendemos sin prestar atención, pero el aprendizaje profundo y permanente exige atención.

La comunicación es mucho más que manejar la tecnología, el lenguaje supone una coherencia y rigurosidad entre la palabra y el concepto. Por ello, una de las tareas urgentes de la escuela es enseñar precisamente estas destrezas del lenguaje que han caído en desuso.

El texto y la oralidad, lenguajes cuestionados

Octavio Paz, logra definir magistralmente al ser humano de esta manera: “El hombre es inseparable de las palabras. Sin ellas es inasible (...) La palabra es el hombre mismo. Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad, o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad” (Paz, 1967, p. 30).

El lenguaje textual y oral más que ser cuestionados, están siendo relegados, sobre todo por las nuevas generaciones, no por parte de los docentes. Ahí precisamente radica el problema. No hay sintonía en el uso del lenguaje. Se dijo que la escuela debe adaptarse a la “era digital”, sin que ello quiera decir que debe dar la espalda a la oralidad y al texto.

Uno de los objetivos centrales de la filosofía del lenguaje es alcanzar rigurosidad en el lenguaje, pero “La mayor parte de los razonamientos humanos, salvo quizás cierta parte del razonamiento científico, se formulan en el lenguaje natural” (Acero et al., 2001, p. 17). En educación, toda la transmisión de información –más no “conocimiento”, porque conocimiento es la apropiación y aplicación fuera del aula de esta información– se la hace con lenguaje natural, ordinario, más aun cuando se trata de niveles de educación básica y bachillerato. ¿Y en la universidad, se puede decir que se habla el lenguaje lógico de las ciencias? El lenguaje riguroso solo funciona en determinados momentos y en determinados temas.

¿Cuál es la importancia que se da en la educación escolar al lenguaje oral? La oralidad en el aula es un asunto casi privativo del maestro, las clases siguen siendo magistrales, la oralidad del alumno se reduce de alguna manera a respuestas cortas y monosílabas, poco o nada se hace para entablar debates o discusiones en el aula, en donde se fomente la argumentación y el razonamiento lógico. El texto en el aula no ha desparecido y en buena hora, pero es un texto que se utiliza en su mayor parte para ser leído, por lo mismo hay poca producción escrita de los alumnos. La oralidad y la escritura, por lo mismo, son esenciales, y es algo que se lo debe trabajar en el aula.

En tiempos de Sócrates el diálogo era la mejor manera de encontrar la verdad; en la Edad Media, la disputatio. ¿Qué importancia tuvo la palabra en el ágora griega cuando comenzaba a instaurarse la democracia? En la época de las luces se establece una relación estrecha en el nacimiento del Estado democrático moderno y la existencia de un espacio público en donde se puede exponer y confrontar las ideas.

Se dice en el aula, que son los alumnos quienes construyen su aprendizaje, sin embargo las clases magistrales todavía tienen prevalencia y se imponen sobre otros métodos. No hay un acuerdo para compartir de la palabra, menos la veracidad ni legitimidad. Sigue siendo el profesor quien razona, argumenta, da ejemplos, y son los alumnos los que deben aceptar y similar este discurso. Se cree que porque el profesor argumenta o razona, el alumno, de manera espontánea, automática o por simbiosis, va a aprender estas destrezas del lenguaje (Barth, 1993, p. 20).

El eje central, transversal de la escolaridad debería ser el dominio del lenguaje; escribir, hablar, leer debería ser la esencia del aprendizaje. Pero no solo que el alumno hable, escriba, sino que lo haga correctamente, que sepa utilizar bien las palabras, que comprenda lo que un concepto significa, defiende ardientemente Marie- Christine Chycki.

Es fácil utilizar un término, una palabra, pero esa palabra ¿tiene correlación o correspondencia con su significado correcto? El alumno utiliza una palabra pero no sabe lo que ella significa realmente, por ello no puede encontrar ejemplos, porque el ejemplo se vuelve otra abstracción. Muchas veces las evaluaciones no son otra cosa que cuestionarios para acertar con la respuesta correcta.

En el momento actual, “El dominio de la lengua oral aparece hoy como de los objetivos esenciales de la escuela…” (Tozzi, 2001, p. 11). Pero esta destreza hay que enseñarla al alumno porque no surge por generación espontánea ni por contagio. Esta oralidad de ninguna manera significa utilizar la retórica en el sentido peyorativo. No se trata de persuadir, seducir o apasionarse, sino de convencer, razonar, argumentar. La didáctica de la oralidad sirve para que el alumno pase de la opinión, al concepto. Que tenga muy claro que: “La escuela no es un lugar para aprender a vender o a venderse, menos aún un lugar para aprender a hablar sin decir nada”, como afirma Bucheton (2002, p. 38). El lenguaje oral es mucho más rico y expresivo que el escrito, lo que no significa que se debe olvidar y descuidar el escrito. Los dos van de la mano.

Palabra y pensamiento, se lo ha visto a lo largo del trabajo, van juntos, el logos es palabra y razón, lo que significa que pensar y hablar van juntos, no puede darse el uno sin el otro. Por lo mismo, desarrollar el pensamiento es desarrollar el lenguaje y viceversa. Para Barth el intercambio o interacción verbal es clave en el desarrollo del lenguaje (Barth, 1987,85), porque cuando se confronta, se argumenta, se discute o simplemente se habla, está aprendiendo a abstraer, a describir “su” pensamiento, de modo que el lenguaje es un medio de acceso al pensamiento.

Conclusiones

Haciendo un examen personal como docente, puedo constatar que en educación se trabaja con muchos supuestos. Somos muy poco conscientes del paradigma antropológico que manejamos en educación. Esto genera a veces un activismo desbocado, hacer muchas cosas, planificadas o no, pero sin un norte claro. Esto hace que la educación se vuelva prisionera de modas y conceptos, a veces, no bien entendidos ni asimilados. Por lo mismo cabe aclarar y tener muy en cuenta cuál es el objetivo final que tiene la educación.

Poca o ninguna importancia, en la práctica, en el aula de clase se ha concedido al tema del lenguaje. Se ha trabajado con el supuesto implícito de que el lenguaje sirve para transmitir conocimientos. Se ha puesto la atención en el saber transmitido y no en el medio, desconociendo incluso que este saber esta hecho de lenguaje.

Se lo ha considerado al lenguaje como un elemento externo, algo que no compromete ni es parte constitutiva del ser humano. Pero se ha constatado que el lenguaje no solo sirve para referirse a la realidad, al entorno, sino al mundo humano y es el que crea este mundo, de modo que lenguaje y ser humano son una misma cosa. El lenguaje tiene poder creador y transformador.

El lenguaje nos ha conectado directamente con el ser humano, son inseparables, el uno conduce al otro. No puede haber un ser humano aislado ni un lenguaje individual, son sociales e interdependientes por naturaleza. Ambos están sometidos a la movilidad. Cualquier cambio en el uno afecta al otro.

El objetivo de la Filosofía del lenguaje es buscar un lenguaje lógico y riguroso para la ciencia y el conocimiento. Lo que significa que la filosofía del lenguaje está directamente relacionada con la educación, en el campo de las ciencias y del conocimiento. Si a lo largo del trabajo se ha hablado que hay imprecisiones en el lenguaje tanto dentro como fuera del aula, queda un inmenso trabajo por hacer para que el lenguaje tanto oral como escrito, al menos dentro de las aulas vaya ganando en precisión y rigurosidad no solo en la forma sino también en el contenido.

La función de la escuela no es únicamente transmitir conocimiento. El conocimiento está por todo lado, y hay más conocimiento en el Internet que en la escuela. La función de la escuela, en cuanto a lenguaje se refiere, es enseñar sus destrezas, que el alumno sepa leer, escribir, expresarse bien, razonar, argumentar, etc. Cuando tenga estas destrezas sabrá usar beneficiosamente los recursos tecnológicos. En sí mismo el recurso tecnológico no es un medio de comunicación, como tampoco lo es la palabra si no sabe utilizarla correctamente.

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Notas de autor

[1] Doctor en Filosofía, Especialista Superior en Gerencia Educativa, Magíster en Prosocialidad y Logoterapia. Docente de la Universidad Politécnica Salesiana del Ecuador y Rector del Colegio El Sauce.

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